sábado, octubre 10, 2015

Pablo García Baena


Mientras cantan los pájaros fue el segundo libro de Pablo García Baena (Córdoba, 1921), que, hace sesenta y tantos años, Gerardo Diego recibió con «verbal opulencia» en una reseña para ABC. Ese título es el que ha elegido Felipe Muriel Durán para su edición de una antología poética de Pablo García Baena desde 1946 a 2006, es decir, desde Rumor oculto hasta Los Campos Elíseos, que contiene más del cincuenta por ciento de los poemas publicados por el autor. La poesía completa de García Baena está publicada por Visor (2008) y sobre ella hay importantes estudios, desde la reivindicación de antólogos como Enrique Martín Pardo, homenajes como el celebrado en Málaga en 1971, o libros como el de Guillermo Carnero sobre El grupo Cántico de Córdoba. Un episodio clave de la historia de la poesía española de posguerra, de 1976, cuyo conocimiento en los años de universidad fue para mí el conocimiento de un poeta como Pablo García Baena. Quien, precisamente, dedicará el primer poema —«Turiferario»— del tríptico «Ceremonial» —incompleto en esta antología— al también poeta Guillermo Carnero en Fieles guirnaldas fugitivas (1990). Desde aquel estudio de Carnero, y aparte reseñas o notas sobre el gran poeta cordobés, no había leído un análisis tan detallado de su obra poética como este que ofrece Felipe Muriel en el centenar y medio de páginas que precede a esta amplia selección de la poesía de García Baena. Libro a libro, y no son pocos, mayores y menores, Felipe Muriel describe, comenta y desmenuza —confeso de su pertenencia a la escuela de Ricardo Senabre y de su dedicación a la docencia— gran parte de los poemas que conforman su selección, de tal manera que la introducción es como el relato completo de lo que luego en la anotación a los poemas se da sucintamente. Tiene en la impresión de la realidad su anclaje la poesía de García Baena y su aspiración estética se materializa en textos mayoritariamente clasicistas. Alguien podrá echar en falta un análisis más en perspectiva de la poesía del autor, una valoración sobre su evolución —su modo de cumplir años de escritura—; pero compensa el comentario particular de cada uno de los hitos que forman la trayectoria paulina, como gusta decir Felipe Muriel, que destaca la importancia de este poeta «en el devenir de la lírica española de los últimos sesenta años, ejemplo de entrega a la pasión creadora, más allá de modas, fobias o filias» (pág. 38); pero que no es condescendiente ni hagiográfico, como cuando hay que decir que Óleo (1958) fue «un libro estéticamente irregular que, excepción hecha de algún poema memorable («Palacio del Cinematógrafo»), supone un intento no felizmente logrado» (pág. 99). Con este título antológico de Pablo García Baena, la colección Letras Hispánicas de Ediciones Cátedra, que afortunadamente pervive y persiste en la edición filológica de clásicos españoles e hispanoamericanos, contribuye a ir completando huecos del mapa histórico de la poesía española del siglo XX, con nombres menos divulgados para el gran público. Ángel Crespo, Eugenio de Nora o Rafael Morales son algunos de ellos; y todavía espera Ricardo Molina su sitio en este espléndido catálogo.

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