Día desapacible para la corrida de rejones de hoy. Demasiado viento y amenaza de lluvia. Los andaluces Fermín Bohórquez y Andrés Romero, y el lisboeta Diego Ventura, torean a caballo toros de los Herederos de Ángel Sánchez y Sánchez. A esta hora no sé qué ha ocurrido dentro. Ayer salieron a hombros Morante de la Puebla, Alejandro Talavante y Posada de Maravillas, que tomó la alternativa. Uno de ellos tuvo que cumplir años, porque la banda le dedicó el «Cumpleaños Feliz». Hace ya mucho tiempo que durante el fin de semana de octubre de la Feria de Zafra la casa de mi madre se convierte en palco preferente del tradicional festejo taurino. Ni ayer ni hoy ha habido protestas de animalistas. Este año no; pero los toros han sufrido lo mismo. Este gran palco en esquina que es la casa de mi madre tiene balconcillos de diferente vista desde los que puede observarse lo que come una familia que tiene entradas para la corrida o la puerta grande por la que los toreros salen a hombros mientras en las furgonetas que los han llevado a la plaza su cuadrilla reparte fotos del maestro. Sin puntos ni comas. Un sombrero cordobés y una camisa de lunares en un hombre septuagenario. Su mujer va delante; pero no hace caso a su torpeza para caminar. Que tenga cuidado. En días así y en Zafra se ve de todo. Las mujeres van vestidas para la ocasión, más guapas que de costumbre, muchas con bota alta por fuera del pantalón. Verdaderamente, hay que decirlo, las guapas acuden aquí más que al mercado, con su pantalón vaquero roto por las rodillas o su falda corta, su tacón alto y su cola de caballo —la corrida es de rejones. Las barrigas prominentes las ponen los hombres con sus camisetas azules de una peña taurina que toman cañas en el bar de abajo mientras el resto de los compañeros disfruta de la faena en un coso lleno. Unas gitanas con moño, clavel reventón y latitud de escote vocean las almohadillas a dos euros a la oreja de una rubia platino que debe de ser un personaje popular —televisivo— por la manera de saludarla y hacerse fotos con ella de cuatro jovencitos. No falta la gomina en los hombres ni los ricitos sobre sus nucas. Ni las fuerzas del orden. Guardiaciviles con boina, policía local, voluntarios de protección civil de Herguijuela —sic. Corbatas y chaquetas cruzadas, pantalones blancos, rostros cetrinos, ganaderos y labriegos sin pies por paralelas, día de fiesta, carrusel, dichosa convivencia de tirios y mulatos. Algunos miran al balcón cuando a mi madre la acerco para que se asome desde su silla de ruedas. Ella saluda a la concurrencia sin saber a quién; pero con distinción de reina madre. Como el diablo cojuelo, desde aquí, con ella, veo un poco de cada casa.
A la absolutamente injustificable —en mi opinión, sin que haga falta ser animalista— fiesta nacional se añade el pintureo. Demasiado.
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