jueves, octubre 22, 2015

El Museo de la Academia de San Fernando de Madrid


Fco. de Goya. Autorretrato en el taller. Academia de San Fernando de Madrid
Conservo copia de una carta de recomendación de Jesús Aguirre —firmada «Alba»— de 30 de septiembre de 1987, dirigida a José Antonio Domínguez Salazar, Académico Bibliotecario en su día de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid (RABSAF), para que se me facilitase el acceso a la Biblioteca y al Archivo de la institución. De aquel tiempo son mis carnés para la consulta de ambos fondos, que me remitió la bibliotecaria María Teresa Munárriz al final de aquel año, y que debió ser también el de mi conocimiento del extraordinario Museo de la Real Academia. Habíamos estado en alguna exposición; pero C. no conocía la permanente. Así que el sábado dedicamos casi dos horas y media a visitar sus tres plantas y sus más de cincuenta salas. Qué puedo decir que no se sepa: los cuadros de frailes mercedarios de Zurbarán, el único Arcimboldo que se conserva en España, un Susana y los viejos de Rubens, la Venus de Van Loo, el retrato de Manuel Godoy de Madrazo, los Goya —incluyendo la sala de la calcografía española, en cuya antesala estaba la exposición de Tadeusz Peiper (1891-1969) y la vanguardia europea—, el arte contemporáneo, de Juan Gris, Picasso, o Ràfols-Casamada. En esta tercera planta dedicada a lo contemporáneo que te recibe con un busto de la reina Letizia en su último telediario, obra de Julio López Hernández, un señor hablaba con uno de los vigilantes y le decía que, viviendo en Madrid, no sabía cómo había podido estar tantos años sin saber que tenía tan a la mano un museo así. Es verdad. Tanto como que a nosotros aquel busto no nos gustó nada —y lo tenemos hablado en todos nuestros círculos. En definitiva, esa parte de la mañana del sábado fue todo un paseo por la historia del arte y una experiencia en museos poco común por la circunstancia de haber conocido a vigilantes de salas hablantes y no mudos. Estamos acostumbrados a los vigilantes de museos serios y atentos que parecen no querer perturbarnos; pero el otro día, gratamente, conocimos a varias vigilantes que nos sirvieron de guía. Lo cierto es que desde la taquilla —la encargada, muy amable, se sorprendió de que también hubiese Amigos del Museo Romántico cuando le mostré mi tarjeta de AMM— hasta la última sala todo fue así. Nos recibió una señora que nos dio trípticos informativos y una tarjeta con las direcciones de redes sociales y los códigos QR de dos aplicaciones que te ofrecen una audio-guía en tu móvil para visitar el museo. Y en la sala de vaciados —que se nutre de una gipsoteca de las más importantes de Europa—, amabilísima, una vigilante nos mostró, foco en mano, cómo se apreciaban los relieves del vaciado de la Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia. Así que la colección de arte de la RABASF no solo es un regalo por lo que muestra en el centro de Madrid, sino por la manera que tienen de mostrarla quienes trabajan en ella de martes a domingo y festivos de 10:00 a 15:00 horas. Con una colección así resulta algo sonrojante pedir a quienes van a Madrid a ver el Prado, el Thyssen o el Reina Sofía que también visiten el Museo de la Academia de San Fernando. Seguro que lo habrán hecho. O seguro que lo harán.

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