Mi calendario de Impedimenta decía el miércoles pasado que el 9 de septiembre de 1828 nació «Lev Tolstói. Su manuscrito de Guerra y Paz fue copiado siete veces por su esposa Sofia Bers a medida que él corregía». Precisamente, ha sido mi lectura de este verano, sin terminar aún. Guerra y paz, naturalmente; no el verano (el miércoles di mi primera clase del nuevo curso). La singularidad de esta edición de Penguin Clásicos es que toma como base la primera versión (?) que Tolstói escribió en 1866, y no la edición canónica de 1873; pero realmente la elegí porque era un único tomo —1.175 páginas— fácil de leer en cualquier sitio. No es Guerra y paz. Me equivoqué, y ya continúo por la edición que anduvo hace años por casa, la del tomo I de las Obras completas de Aguilar (1955), en traducción de Irene y Laura Andresco. No soy ningún experto; pero —además— la traducción de Gala Arias Rubio en Penguin —y también en otros formatos de sus sellos: Debolsillo y Grandes Clásicos Mondadori— deja mucho que desear. Conocerá bien el ruso, seguro que habrá corregido errores de versiones anteriores y que habrá resuelto problemas de traducción; pero no sabe escribir en la lengua de llegada, el español. Y es una pena, porque deshace toda la grandeza en la lectura que puede sentirse con esta novela que —escribía el otro domingo Vargas Llosa— «es uno de esos raros milagros que, de siglo en siglo, ocurren en el universo de la literatura». Sé que algunos lectores ya protestaron y calificaron como pésima esta traducción, causa de que alguno dejase de leer. Una pena. Y es que, por ejemplo, resulta insoportable el abuso del gerundio, cuando no su uso incorrecto en posterioridad, como en el capítulo X de la segunda parte, en donde en ocho líneas y con esta puntuación, perseguido por el ejército francés y «encontrándose con la actitud hostil de los habitantes de la zona, sin confiar ya en sus aliados y padeciendo falta de víveres, obligado a actuar alejándose de todas las condiciones previstas para la guerra, el ejército ruso compuesto por treinta y cinco mil hombres bajo el mando de Kutúzov descendía apresuradamente por el Danubio, deteniéndose cuando le alcanzaba el enemigo y defendiéndose con acciones de retaguardia […]» (pág. 265) Lo que en la edición de Aguilar de toda la vida viene así: «Perseguido por un ejército francés de cien mil hombres, mandados por Bonaparte, mal acogido por los habitantes hostiles por no confiar ya en sus aliados, falto de provisiones y obligado a actuar fuera de las condiciones previstas de la guerra, el ejército ruso, compuesto de treinta mil hombres al mando de Kutuzov, retrocedía rápidamente Danubio abajo. Se detenía donde lo cercaba el enemigo y defendía en la retaguardia […]» (pág. 628, I). Solo en dos páginas (206-207), «enrojeciendo», «sujetando», «conteniendo», «tintineando», «agitándose», «estirándose», «encogiéndose», «inclinándose», «conteniendo», «brincando», «inclinándose», «sonriendo», «mostrándole», «deteniéndose», «diciéndoles», «hablando». No menor enojo provocan las torpes construcciones condicionales —o no— con pluscuamperfecto de subjuntivo y condicional —que alguna hay buena, como «Si hubieran sabido […] se habría aplazado» (pág. 16)—; pero hay muchas malas, como «la princesa se hubiera sentido ofendida si hubiera podido verlo» (pág. 59); o «—Si hubieras tenido fe en Dios te hubieras dirigido a Él para rogarle que ofrendara el amor que no sientes y tu ruego hubiera sido escuchado» (pág. 190); y así más. O esta perla con el asunto del tema: «A pesar de ello en el tema de la princesa Drubetskáia...» (pág. 39). O este curioso régimen preposicional: «toda su energía en este momento la estaba dedicando en sostener derecho el vaso y en decir exactamente lo que quería decir» (pág. 70). Y «el oso nadando con el policía encima suyo» (pág. 79), o «estaba sentada enfrente suyo» (pág. 119), o «mirando delante suyo», o «se están reuniendo en contra suya» (pág. 182), en latoso maridaje de adverbios y posesivos. Duele, la verdad.
Comparto tu indignación. A mí me sucedió lo mismo con la traducción de ¨Vida y destino¨ de M. Rebón, tan alabada por Muñoz Molina. Por cierto, me desagrada mucho encontrarme con estos libros de Penguin en castellano vistiendo en lo material idéntico formato al de las ediciones inglesas. Consecuencias de la globalización. Tengamos todos la misma ropa, la misma comida rápida...
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