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Numerosas apuntaciones en mis cuadernos se quedan ahí y no pasan de eso, de meras notas-recordatorio escritas en su momento con la pretensión de desarrollar una idea y convertirla en un artículo, un cuento o un texto de blog. Las hay manuscritas y electrónicas, y estas últimas se acumulan en un documento archivado para escribir sobre él, reescribir, corregir, cortar y pegar que va creciendo y que ahora tiene un centenar de páginas con apuntes antiguos que han perdido parte de su validez, entradas casi terminadas que no he publicado o asientos que son el molde en el que verteré los próximos textos que aparecerán aquí. De vez en cuando, releo y hago algo de limpieza; aunque sigue costándome mucho tirar. Como retales de un lienzo extendido en el tiempo retomo bobaditas como una muletilla de Luis de Guindos («vuelvo a repetir, a este respecto») o un recuerdo de la emoción —y las rodillas— de María Sharapova cuando ganó Roland Garros contra Sara Errani en 2012. Hay películas, y la indignación insistente de que RTVE siga sin pedir disculpas por interrumpir los créditos de las que emite —también en La 2. Por ejemplo, La guerre est déclarée (Valérie Donzelli, 2011), que me gustó mucho porque trata bien, sin caer en sentimentalismos, y con aciertos de montaje narrativo, un asunto muy peliagudo como el drama familiar de la enfermedad de un hijo. Hay un momento en ella en el que dos de los tres protagonistas escuchan por la radio después de una noche en vela la noticia del bombardeo de Irak por el ejército americano. 20 de marzo de 2003. Cuando la película termina, el niño —Adam— tiene ocho años. No importa la referencia cronológica, que da veracidad a un hecho real que ocurrió a los creadores de la cinta; lo que importa es que esa declaración de guerra es la que proclaman los padres contra la muerte y por la existencia de su hijo. Obras de teatro, como En un lugar del Quijote, de Ron Lalá, que vimos en el Teatro Pavón de Madrid el segundo día de este año y que nos entusiasmó. La próxima semana, el domingo 9, se podrá ver en el XXXI Festival de Teatro de Alcántara. No se la pierdan. Retales. En fin, retales recuperados, como aquella anécdota de la sala de espera de una clínica cacereña, con una administrativa que iba diciendo en voz alta los nombres y apellidos de los pacientes que ya tenían sus resultados de análisis, ecografías y radiografías. A Isabel Moreno la avisaron dos veces («—¡Isabel Moreno! —¡Isabel Moreno!»); y cuando ella escuchó su nombre dijo: «—Sí; ahora voy, que quiero acabar una conversación». Sus razones tenía y, al fin y al cabo —algo añadió luego—, era solo para recoger los resultados.