Marzo resultó un mes propicio para los lectores del extremeño de adopción Elías Moro (Madrid, 1959), que ha publicado un nuevo libro de poemas, Hay un rastro, como cierre de la colección «Luna de poniente» de la editorial De la luna libros, y un libro de aforismos, Algo que perder. Aforismos (o así), en Ediciones de la Isla de Siltolá, en una colección dedicada al género en la que están también el poeta y crítico José Luis Morante, el escritor cubano de Albacete León Molina y el extremeño de Hervás Manuel Neila. Cuando hojeé Hay un rastro eché en falta una coda o una sección de «deudas pendientes» como las que han cerrado obras anteriores del autor, signos de su carácter bondadoso, cariñoso y agradecido; pero cuando leí el libro y percibí su tono y su intención comprendí que no cabían más palabras en él que la dedicatoria que lo encabeza: «A la memoria de los olvidados». Elías Moro en tono adusto y grave, civil e históricamente grave, para recordar que «Hay un rastro de sufrimiento en la nieve» —el primer verso del libro— y que la poesía puede dar voz a los muertos —«Los muertos hablan» es la última sección— y a los perdidos. A pesar de la severidad y dureza de esta obra —«Tiro de gracia», «Derrota y hambre» o «Trilogía de los trenes tristes» son otros títulos de sus partes—, gusta —pura empatía— encontrarse con esta forma de denuncia de la destrucción, la guerra y «la muerte por la mano del hombre». Este aficionado a los bestiarios dijo la tarde electoral de la presentación de Hay un rastro en Cáceres que en sus libros siempre salen animales. Sí, en este, cuervos, moscardas y gusanos; todos teñidos de una coloración mortuoria que, sin embargo, no parece extraña en un poeta que ha tendido siempre al juego con las palabras y a la chispa de la ironía y el sarcasmo. Nadie traiciona a nadie aquí; al contrario, el poeta de El juego de la taba que se pregunta infantil si la brújula es una bruja esdrújula es el mismo que se pregunta qué gloria hay en matar a un hombre indefenso. El mismo. El mismo que ha escrito una nueva colección de aforismos con ese título de Algo que perder extraído de uno de ellos: «No te confundas: al final, siempre hay algo que perder». No hace mucho, y casi coincidiendo con la lectura del libro de Elías Moro, he leído otra especie de pecio: «La vida es demasiado corta para beber mal vino». Adivinen. Proviene, sí, de uno de los anuncios de la página web de una bodega zamorana: Elías Mora. Buen vino. Bueno para acompañar este surtido suculento, esta nueva colección de textos de Elías Moro, una más en un incorregible coleccionista de trozos de vida, ahora, de pensamiento en píldoras. Hay donde elegir, desde lo más cercano a la ocurrencia chistosa tan cara para Elías —«Hacía trampas jugando al solitario. Y siempre perdía»—, la pura paronomasia —«Acertó con el aserto»—, entre los textos breves —hay alguno más breve aún—; hasta la reflexión más sostenida —en la que me gusta más— en textos de cuatro o cinco líneas —los menos— sobre el tiempo por venir (pág. 57), la opinión intransigente (pág. 47), en fin, sobre la vida (pág. 22). Y esta es otra; el problema no resuelto de este género para sus lectores: que pierdes un aforismo y no hay manera de encontrarlo con facilidad, que no valen índices. Yo propongo uno del tipo mots-clefs en el que la palabra esencial del asunto quede representada. O algo así.
Cuánto me alegra, Miguel, que dediques esta entrada a dos libros excelentes -y tan distintos- de un escritor de tantos registros como es Elías. ¡Y me ha encantado lo de la bodega Elías Mora! Qué coincidencia y, en el contexto, qué estupenda frase publicitaria. Parece todo ello una morería que el azar dedica a Elías.
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