Después de don Julián Sanz del
Río (1814-1869) —entre otros—, en la España de los últimos treinta años,
cualquier reforma educativa no ha sido más que la constatación de un fracaso,
otra manera de asumir una incapacidad de llegar a un pacto responsable y una
nueva forma de afirmarse en la falta de voluntad para afrontar la cura de los
males más ciertos de una sociedad en crisis —sí, todavía en crisis. Así, con la
última reforma de los estudios universitarios. Si tal reforma se publica por
decreto, sin un debate previo entre los más directamente afectados, si lo que
encubre es una modificación de los requisitos para crear universidades que
favorece a la iniciativa privada y si lo que declara es un ataque a la
enseñanza pública, nuevamente, después de haberlo hecho con la educación
primaria, la secundaria, y ahora con este nivel superior —que no mejor—;
entonces, el desastre es mayúsculo y es una irresponsabilidad —otra— de quienes
están en el poder. Mi hijo, estudiante de segundo curso de Grado de Traducción
e Interpretación, me ha preguntado que si le afectará la reforma. En nada —le
he dicho—; cualquier reforma, siendo tú anterior, te beneficia, te pone por
delante de los que vienen después —le he dicho. Así están adelgazando, día a
día, el sistema público educativo español. Ojalá corrijan. Si no, no comprendo
en qué estarán pensando quienes nos gobiernan. ¿En tener en contra a todos los
estudiantes y a la mayoría de sus profesores? Así sí que podremos.
jueves, febrero 26, 2015
miércoles, febrero 25, 2015
Laura Freixas en el Aula José María Valverde
Mañana jueves 26 de febrero, a las 19:15 horas, en el Palacio de la Isla (Plaza de la Concepción) de Cáceres, intervendrá la escritora —y editora, crítica y traductora— Laura Freixas en el Aula literaria «José María Valverde». Hoy interviene en el Aula «José Antonio Gabriel y Galán» de Plasencia, y Álvaro Valverde puso en su blog una nota, a la que remito. También había reseñado su libro Una vida subterránea. Diario 1991-1994 (Madrid, Errata Naturae, 2013).
martes, febrero 24, 2015
jueves, febrero 12, 2015
Papeles
No sé cuántas veces me habrá ocurrido, ni cuántas lo habré escrito o dicho. Buscas un libro que no encuentras y el tiempo que empleas en buscarlo se prolonga, y no por la dificultad para hallarlo, por tu mala memoria, sino por pararte en otros libros y papeles que hacía tiempo no veías o que incluso habías olvidado que tenías. Anduve ayer buscando uno de esos folletos que uno no tiene a la vista por estar archivados en cajas con papeles de recuerdos, principalmente. En esas cajas en las que los papeles y los recuerdos son la misma cosa. Acabé en el trastero —que en mi casa está arriba, como los desvanes de siempre—, y, claro, ahí fue cuando se alargó el instante y el tiempo fue otro. Y ahí, entonces, me demoré en el catálogo ya antiguo de una exposición antigua, en unas páginas de periódico, en un ejemplar duplicado de un libro que tengo —ese sí— localizado, y en el número 565 del suplemento Babelia de El País —que me he bajado—, del sábado 21 de septiembre de 2002, en cuya portada he reconocido la caricatura que hizo Loredano para esa entrega del centenario de Luis Cernuda. En esas páginas hay un poema del chileno Óscar Hahn, una reseña de Manuel Rico sobre Capitán de invierno de Ramiro Fonte, que en paz descanse, y otra de Antonio Ortega sobre Como si fuera una palabra de Esperanza Ortega, y un artículo sobre la literatura polaca de Carlos Fuentes... Lo de Cernuda lo recordaré en los próximos días en clase, cuando empecemos a hablar del poeta sevillano y de sus primeros libros, los que conformaron la primera edición de La realidad y el deseo (1936); pero quiero detenerme ahora en lo que dijo Francisco Brines en ese Babelia al ser preguntado por su poema preferido de Cernuda: «¿Un poema? Más que un poema, un verso, el final de 'Primavera vieja', que dice: 'Cuán bella fue la vida y cuán inútil'. Durante un homenaje a Cernuda en la Residencia de Estudiantes me preguntaron por mi poema favorito y repetí ese verso. Justo al decirlo me di cuenta de que hablaba de lo mismo que un verso mío que siempre he pensado que resume bien mi obra y que, además, sería un buen epitafio. Es el final de 'Desde Bassai y el mar de Oliva': 'Yo sé que olí un jardín en la infancia una tarde y no existió la tarde.' El verso de Cernuda lo llevé siempre dentro porque, sin saberlo, tocaba algo esencial en mí, la idea de la vida como un don junto a una injusticia que nos ciega: '¿Por qué se nos da y se nos quita?'». El poema de Cernuda, «Primavera vieja» es de Como quien espera el alba (1947). El poema de Brines, «Desde Bassai y el mar de Oliva» es de El otoño de las rosas (1986) y la errata es detonante, pues: 'Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde.' Merece, pues, la pena buscar papeles y no encontrarlos.
domingo, febrero 08, 2015
En la biblioteca
Si vas al Archivo General de Simancas puedes pedir un justificante de haber estado. Me lo dijo hace poco un compañero de la Facultad, profesor de Historia Moderna. En un principio, uno puede pensar en que es para justificar que se ha faltado al trabajo, como cuando se le pide al médico que te firme un papel que diga que has estado en su consulta. O como prueba demostrativa de una comisión de servicios. Pero parece ser que no, que el uso de ese justificante alegatorio es más bien para mérito y no para coartada; y que muchos ya lo incluyen en sus currículos entre los méritos científicos y de investigación. Pues bien, el otro día, en la Biblioteca Nacional, una amable bibliotecaria, en el mostrador de información de la Sala General, me permitió hacer una foto a este cartel que se muestra arriba en el que se precisa que el requisito documental para la expedición de un justificante de asistencia es la pegatina del control de entrada. ¿Valdrá lo mismo que hayas estado nueve minutos o que hayan sido nueve horas? ¿Habrá un límite en el período que se desee justificar? ¿Años? Más de uno, si quiere el justificante, tendrá que entregar la carpeta multicolor en la que ha ido poniendo durante semanas las consabidas pegatinas. ¿Valdrá como mérito? En la gran Biblioteca Tomás Navarro Tomás, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC hay un formulario para la solicitud del justificante de asistencia, y supongo que pronto se irán extendiendo a otros centros de investigación protocolos de esta índole. Qué cosas.
viernes, febrero 06, 2015
Ricardo Senabre
Ha muerto Ricardo Senabre (Alcoy, 1937). Según se lee en la noticia de El Cultural de El Mundo, «a causa de una complicación en la enfermedad pulmonar que padecía». Uno echó ya en falta en El Cultural de la semana pasada su firma, que, si no estoy confundido, apareció por última vez la anterior, con la reseña de Las letras entornadas, de Fernando Aramburu. Hemos sabido hoy que no había acudido al congreso de la ASETEL (Asociación Española de Teoría Literaria), del 28 al 30 de enero pasado; pero aquí casi nadie conocía su enfermedad. Ha sido esta mañana en el despacho de José Luis Bernal Salgado, el decano de la Facultad de Filosofía y Letras —Senabre fue el primer decano del centro, desde 1973 hasta 1984—, cuando hemos tenido noticia de la muerte Antonio Salvador Plans y yo. Se sentirá mucho por aquí la pérdida del profesor, y no solo en el ámbito académico, sino en el ciudadano; en un lugar como Cáceres, en donde Ricardo Senabre vivió durante quince años y dejó una huella civil, que es, así se publicó en el homenaje que le hicimos hace diez años en la UBEx (Unión de Bibliófilos Extremeños), la que explica que reiteremos que conocimos a Senabre, que nos dio clases, que hemos escuchado su palabra en conferencias y reuniones, como una ineludible nota de currículo, como una divisa reconocible. Desde el Auto de los Reyes Magos a la última novela de Aramburu puede trazarse el arco cronológico de los intereses críticos que han ocupado a Ricardo Senabre desde 1958 —«La narrativa spagnola attuale» fue el título de un breve ensayo en italiano que publicó la revista milanesa Il Verri— hasta cumplirse ahora luctuosamente casi sesenta años —cuarenta y ocho de docencia— de dedicación. Descanse en paz.
jueves, febrero 05, 2015
Juan Goytisolo
© Bernardo Pérez
He encontrado entre mis papeles —léase mis documentos en carpetas de cartas personales en mi ordenador— este texto que no llegué a enviar a El País en septiembre de 1996: «Mientras la noticia de un eventual descenso de dos equipos de la primera división de fútbol suscita movilizaciones y griteríos, retransmisiones especiales, llantos y desgarros, y remoción de directores generales, columnistas y gentes del ramo, la actitud conmocionada de un intelectual español atento y solidario con el drama del pueblo bosnio como Juan Goytisolo, lejos de ser vista como un privilegio con el que cuenta nuestra comunidad —con la excepción de su periódico por la publicación de los artículos del propio Goytisolo o alguna llamada de atención como aquella de Joaquín Estefanía (El País, 31-10-1993)—, sospecho que es tachada de oportunista o de síntoma inequívoco de su natural rareza. La convicción de que la única moral del escritor es devolver a la comunidad literaria y lingüística a la que pertenece una escritura nueva y personal, distinta de la que recibió de ella en el momento de emprender su tarea, reiterada por pasiva y por activa en entrevistas y conversaciones por Juan Goytisolo y presente en la intención de sus artículos de opinión y de crítica literaria o recogida literalmente en sus confesiones de En los reinos de taifa no ha limitado la actividad y el compromiso social de este intelectual, uno de los pocos de su especie, en su obstinada, solidaria y perturbadora presencia como testigo denunciante de la barbarie que un día tras otro desde hace cuarenta meses se nos televisa desde Bosnia-Herzegovina. Contar hoy con la escritura activa de este escritor de algunas de las novelas que con más justicia resistirán el paso del tiempo en nuestra historia literaria es un privilegio incontestable para todos aquellos que con inocente simpleza nos limitamos a seguir los acontecimientos del mundo sentados en nuestros sillones, y, en algún caso, como mucho, a vivir la aventura y la subversión de releer con placer los relatos de viajes, los artículos y las novelas de Juan Goytisolo, uno de los escasos intelectuales coherentes y lúcidos que nos quedan en la guerra abierta contra la injusticia, la falta de libertad, el jibarismo, los clisés y los mitos». En fin, algo así.
domingo, febrero 01, 2015
Insolación
Vi en el Gran Teatro de Cáceres Insolación, la adaptación teatral de Pedro Víllora, dirigida por Luis Luque, de la novela que doña Emilia Pardo Bazán publicó en 1889 dedicada a José Lázaro Galdiano «en prenda de amistad». Fue el viernes 23 de enero. Resulta fascinante que haya gente de teatro que tenga tal ojo para cumbres de la narrativa del siglo XIX como esta historia amorosa y que logre poner en escena de una manera tan atractiva y notable un texto así. Es muy difícil apreciar en un escenario de teatro todos los matices del texto de Pardo Bazán, tan original en su planteamiento narrativo, tan naturalista en algunos rasgos y tan espiritualista en lo principal. Y a pesar de eso, el montaje de Producciones Faraute es muy sugerente y logra captar la esencia de la novela, cuya estructura respeta —desde la jaqueca hasta el final—, gracias a algunos recursos como una suerte de aparte mudo, meramente gestual, que remeda las acronías de la novela y técnicas casi simultaneístas que parecen querer recordar a las de La Madre Naturaleza, otra cumbre anterior. ¿He escrito Producciones Faraute? Sí. Pues no me esperaba conocer en Cáceres a Celestino Aranda, al productor, a quien tenía que haber conocido junto a Miguel Narros (q. e. p. d.) hace ya unos años aquí mismo, en uno de los cursos de verano sobre teatro clásico que organizábamos por aquellas fechas. Con cordialidad, se lo recordé ese viernes y no supo darme una razón para aquel desencuentro. Aun así, resultó ser un minuto muy agradable. Es lo que tiene esta ciudad, manejable aún, pequeña. Si antes de la función allí estaba a la puerta tan productor, tan experto en teatro como Celestino Aranda; después, en el Mesón Ibérico, pudimos compartir barra con algunos actores de Insolación, con José Manuel Poga, con Pepa Rus. Cañas y unas tapas frías, dada la hora. (Si yo tuviese un bar cerca del Gran Teatro, los días de función abriría la cocina hasta un poquito más tarde para dar algo caliente a las compañías). Me sorprendió María Adánez, a quien nunca había visto en escena, que yo recuerde. Espléndida en el papel de la Asís. Porque solo la conocía de una serie de televisión en la que los buenos actores se contagian —siguiendo el guion— de los malos e interpretan como si fuesen tan malos como ellos. Insolación, sin embargo, es teatro que no se presta a frivolidades; es verdadero. Y una buena propuesta de recuperación de un clásico de nuestra novela del XIX.