viernes, agosto 01, 2014

Manzoni y ese ramal del lago de Como


© CMD
En un arranque de fetichismo, me llevé al lago de Como mi ejemplar de Los novios, de Alessandro Manzoni, de la excelsa edición y traducción de Mª Nieves Muñiz (Cátedra, Letras Universales, 1985), que fue mi compañera en la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres hace ya algunos años. Ya ha llovido; como en el norte de Italia estos días recién pasados de finales de julio. Me di el gusto de leer algunos fragmentos en los mismos parajes en los que se desarrolla el relato y me he traído de allí —regalo de C.— una edición moderna en italiano de I promessi sposi, cuidada por Ferrucio Ulivi y con una introducción de Arnaldo Colasanti, en la colección Grandi Tascabili Economici, que demuestra que una edición económica y divulgativa no tiene por qué descuidar los paratextos que ayudan y orientan. Quizá por esto sus promotores han pensado en ello y se cuidan de avisar en portada de que se trata de una «Edizione integrale». Es lo que tiene esta novela memorable; que vuelves a ella y que por pocos fragmentitos que leas ya no hay remedio: ya tienes que volver a leer toda la historia de Renzo y Lucía hasta el final, y volver a querer bien a quien la ha escrito y remendado, que es lo que pide ese tal en la despedida de sus últimas líneas. Por un momento, me sentí no solo lector, sino paseante de la novela: «El lugar mismo desde el que contempláis esos variados espectáculos, os convierte en espectáculo desde todos los puntos: el monte por cuyas laderas paseáis, os despliega, por encima, alrededor, sus cimas y barrancos, nítidos, recortados, cambiantes casi a cada paso, abriéndose y curvándose en cadena de picos lo que primero os había parecido un solo monte, y apareciéndoseos en la cima lo que poco antes creíais ver en el declive; y lo ameno, lo familiar de esas laderas mitiga agradablemente lo salvaje, y adorna más aún lo magnífico de los otros panoramas.» (Alessandro Manzoni, Los novios, capítulo I). Estuvimos en Lecco y en Bérgamo, términos de referencia del convento de Pescarénico del padre Cristóforo, qué personaje. Visitamos un templo —merece otra entrada— dedicado al santo del primer nombre propio de la novela, el  párroco don Abbondio... Otro personaje. Si he tardado en escribir esto ha sido por seguir enfrascado en la lectura de esta entretenida historia que hace del espacio físico que hemos recorrido estos días un protagonista cercano y conocido.

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