Preparo el cambio de agenda. 2013. Se acaba el año en el que me despedí de las clases de licenciatura —ay— y recibí a Bolonia. Aún estoy en el período de adaptación. Conocí a James Valender en un coloquio sobre Cernuda celebrado en mi universidad; de lo poquito que se ha hecho para recordar los cincuenta años de su muerte en México. Sólo he estado una vez en Zarautz; pero este año ha sido una ciudad felizmente presente. Como presente volvió a estar Manolo Peláez, gracias a la primera edición del premio de microrrelatos que lleva su nombre y que se entregó —ahora lo veo— el 16 de junio. Al día siguiente, un viaje en tren, después de muchos años, gracias a que me rompí el manguito rotador y no podía conducir en aquellos días. Un año poco viajero. Santander, Somo, Liérganes, Santo Domingo de Silos, Lerma..., y paro de contar. Con Carmen. Feliz. Mi madre cumplió un año más. También familiares y amigos, qué alegría. Madrid y Salamanca se unen a la familia, por Julia y Pedro. Murieron Manolo y Diego Ariza, qué pena. Casi juntos. Estaban muy unidos. Releí a Albert Camus y me extrañó que en las revisiones y recuentos de su obra muy pocos hablasen de El primer hombre, espléndida obra. Volvió a repetirse aquello de: «Los que escriben claro tienen lectores; los que escriben oscuro, comentaristas». No sé yo... Jabardillos de vencejos. Un libro importante: Cristalizaciones, de Basilio Sánchez. Con Luis Landero en Cáceres, un reencuentro afectivo. Un artículo en Studi Ispanici. Gustavo Adolfo Bécquer y Antonio Gómez ocupan algunas de mis horas. No sé si he sido mejor. Al fin y al cabo, no se trata de competir. Feliz año nuevo.
Un año más, querido Miguel Ángel. Que el próximo nos pille con la mejor disposición de ánimo...
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