Me conmovió ayer —como a Álvaro Valverde— la llamada de Blanca Domínguez Cadenas para comunicarme la muerte este miércoles 4 de su marido, Vicente Sabido Rivero (Mérida, 1953). Profesor de literatura española de la Universidad de Granada desde 1977, era uno de los buenos poetas extremeños de la diáspora que nunca perdió el contacto con su tierra, ni en lo personal y familiar ni en lo literario. En el contexto universitario en el que estudió y comenzó a trabajar, publicó sus primeros libros: Aria (1975), Décadas y mitos (1977) y Sylva (en la Colección Genil de la Diputación de Granada, 1981). Pero su inclusión en la antología Abierto al aire (1984), de Álvaro Valverde y Ángel Campos Pámpano, lo situó en un mapa literario extremeño en el que luego publicaría Adagio para una diosa muerta (1988), en la colección La Centena, y en 1990 una Antología poética a cargo del Ayuntamiento de su ciudad natal. En 1994, su compañero de generación Abelardo Linares le publicó en Renacimiento Aunque es de noche, que para mí es su libro principal. Tuve ocasión de reseñarlo en las páginas del primer número de la revista cacereña La ronda de noche, que ideó Julián Rodríguez. Allí escribí: «'No hay otros paraísos que los paraísos perdidos' escribió Borges para cerrar su poema «Posesión del ayer», de Los conjurados, y esos paraísos únicos y perdidos se recrean en el libro de Vicente Sabido y en gran parte de su producción poética hasta hoy. Todo se basa en la sucesión del tiempo y en la situación del poeta en el curso de la rueda. Cante amor, cante historia o intrahistoria, circunstancias, cante la canción o la tierra, el poeta, siempre, intenta fijar el tiempo en el poema». Ay, el tiempo. De 1975 a 1994 ocupó otra antología que apareció bajo el título de Los cuarenta principales y con prólogo de su amigo y colega Miguel D'Ors en la colección Maillot Amarillo de la Diputación de Granada en 1999. Quien quiera conocerle mejor puede leer, además, una recopilación de sus prosas y ensayos a la que puso el borgesiano título de La lluvia de Cartago (Editora Regional de Extremadura, 2006) y de la que también pude dar mi lectura en la revista Clarín (núm. 69, mayo-junio 2007), de su paisano y valedor poético José Luis García Martín. Y el puñetero tiempo ha sido poco para que disfrute del reconocimiento editorial de otra antología de su poesía publicada por Renacimiento titulada Amor, de la que solo tenía noticias y de la que, por ahora, solo he podido ver una muestra en el escaparate virtual de Casa del Libro. El tiempo. Es significativo que en los últimos años solo podamos hablar poéticamente de Vicente Sabido a través de sus recopilaciones y recuentos, como si él hubiese tenido la necesidad de compendiar y la imposibilidad de crear. Este julio pasado supimos del agravamiento de su cáncer de estómago complicado con una metástasis en el hígado desde finales de año, por las noticias que él mismo nos dio a principios de este 2013. Seguía en la lucha, nos dijo al comienzo de este verano. Muy a principios de septiembre de 2004 estuvieron Blanca y él en Cáceres. Comimos juntos en El figón y les enseñé la Facultad en el nuevo campus que no conocían, y el Servicio de Publicaciones. Vicente se mostró muy cercano, con muchas ganas de congeniar con el relato de algunos íntimos padecimientos que le acompañaban, me dijo, desde hacía treinta años; y que sobrellevaba mejor gracias a Blanca, siempre con él, y a que había dejado de fumar después de la muerte de su padre por un cáncer de pulmón provocado por el tabaco. Eso me dijo. Septiembre. Septiembre su nacimiento —el día 18 habría cumplido los sesenta. Septiembre su muerte. Septiembre nuestro último encuentro. Septiembre también, de 1978, en Mérida, un poema realmente representativo de la persona de Vicente Sabido, «Adagio para una diosa muerta», de Sylva, y que luego dio título a otra de sus obras: «Morimos los humanos. Ella nos sobrevive / y exhibe una ruina que es nuestra, sólo nuestra. / Sólo la imagen rota que nuestros ojos rotos / vislumbran en la niebla de un tiempo sin raíces». De Vicente Sabido. Esta tarde, a las 20.30, en la Basílica de Santa Eulalia de Mérida, una misa funeral le recuerda.
Una gran persona, un gran amigo y un excelente poeta por descubrir.
ResponderEliminarSe te sigue echando de menos.
Un abrazo.