jueves, julio 25, 2013

Tonás de los espejos


Soy recipiendario de la toná XII de la segunda parte de este libro que lleva un prólogo —«De las tonás»— escrito por alguien que sabe de flamenco y tiene buena memoria histórica, Cayetano Ibarra Jurado, quien con mucho acierto habla en esas páginas de la «sinceridad poética» de José Antonio Zambrano. Acompañado por los hermanos Machado como presencia notoria de estas Tonás de los espejos (Mérida, De la luna libros. Colección Luna de Poniente —K—, 2013), su autor propone otra de esas sus lecciones de poesía popular y, específicamente, flamenca. Ya dio una con sus Soleares. A cantar las doce (Mérida, De la luna libros. Colección Lunares, 2004). Recuerdo una de las piezas de aquel libro:

                            Mijitas de tus pesares
                            me vas dando por las noches
                            como a los muertos de hambre.

                                            e

                            Me está costando mil penas
                            conocer por tus silencios
                            todo lo que no confiesas.


La tradición en la que tiene plaza bien ganada José Antonio Zambrano desde sus comienzos poéticos —las Canciones y otros recuerdos son de 1980— está poblada por personajes como Augusto Ferrán, Juan Ramón Jiménez, los Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti o Manuel Alcántara. Por cierto, he visto de nuevo uno de los primeros cantares de La soledad de Ferrán y dice, como si estuviese pensado —sin mucha convicción— como consejo a Mariano Rajoy el día que comparezca en el Parlamento:

                          Cuando dices un embuste
                          la sangre salta a tu cara:
                          no digas más que verdades,
                          porque es tu sangre encarnada.

Pero yo estaba hablando de sinceridad, de sinceridad poética. La de José Antonio Zambrano. Y de su lección de poesía, en este caso, bien afirmativa de la poca distancia que separan los registros del poeta que también escribe libros como Apócrifos de marzo (Madrid, Calambur Editorial, 2009) y que, por consiguiente, también está en otra tradición. Forma concisa, sentencia profunda, verdad y naturalidad, me parece que decía Bécquer sobre Ferrán; y son rasgos de la poesía de José Antonio Zambrano en este libro que tiene su estructura pensada, de quince más quince piezas, y en el que la forma sugiere simetrías y equilibrios, como los últimos poemas de cada parte, poliestróficos, dentro de su sencillez sobre la base de la cuarteta asonantada. El dolor de estos versos es un dolor genérico, es el propio del molde elegido por Zambrano con el fin de servir de apoyatura al cante. No se comprenderá bien este libro hasta que sea cantado, hasta que alguien le ponga voz, lo asuma de esa manera. Sin más guitarra que la voz, sin más acompañamiento que la letra.

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