viernes, diciembre 28, 2012

Un palco sobre la nada (II)


Decía que el tiempo es en Un palco sobre la nada el objeto del pacto con el lector, como en toda novela de anticipación (otro nombrecito). Está montada sobre trece capítulos cuyos títulos componen en el índice una suerte de resumen poético del relato que termina en dos secuencias de engañoso utopismo ("Imagine" —la canción de John Lennon— y "Un canto a la vida"); y está escrita en un estilo efectivo, sin artificio, y con un peso muy importante de los diálogos, muy bien dichos, naturales, dentro de lo que cabe en personajes de 2207. Un futuro, sin embargo, demasiado cercano, a juzgar por los últimos acontecimientos: "En 2207 la medicina se había puesto de parte de la gente que podía permitírsela: Viva usted su posteridad, repetían las consignas publicitarias." (pág. 12). Pero futuro, al fin y al cabo; construido en un empeño loable de costumbrismo literario del siglo XXIII en el que al personaje narrador "la comunicación por medio de sonidos puros, en un tiempo que había superado hasta la imagen" se le hace demasiado tosca (pág. 46); en donde un personaje llamado Google ironiza "poniendo en funcionamiento las clavijas que le fabricaban la sonrisa" (pág. 273); en donde existen escáneres de sentimientos (pág. 207), transfusiones de sangre diaria (pág. 109), tarjetas orgánicas (pág. 285) e imágenes de un juego de alimentación cardiaca en la que los plátanos saltan del sombrero de Carmen Miranda, crecen y se dispersan hasta ocupar todos los rincones de la pagoda (pág. 247). Exigencias de un guión novelesco de enjundia, en el que Alonso Guerrero hace suyas las palabras que pone en boca de su personaje: "Ya nadie escribe, pero la escritura, los libros, aunque sea en soportes que restan veracidad a las palabras, siguen dando refugio a los insaciables" (pág. 13); y justifica su labor al tiempo que nos da una clave de la elección de la perspectiva: "El progreso es mirar al hombre lo más lejos posible" (pág. 91). En fin, creo que ésta es una de las novelas más ambiciosas de Alonso Guerrero y también creo que pervivirá como un producto de época, que propuso su denuncia de la dificultad cada día mayor de avances morales en un mundo cada día más deshumanizado. De ahí las constantes alusiones a un pasado remotísimo que es en la acción novelesca nuestra era actual, en un ejercicio de nostalgia con el telón de fondo de la escritura y su pérdida: "La historia se ha muerto ella sola, por inanición. Ya no acontece, ni se contempla. Nadie registra acontecimientos. Nadie la cuenta en bellas narraciones, como antaño" (pág. 306). Canciones como Blowin'in the wind de Bob Dylan, libros como El guardián entre el centeno de J. D. Salinger y uno de sus lectores, David Chapman, películas como El Mago de Oz o Doctor Zhivago,y una de sus actrices, Julie Christie, versos como los de Robert Browning, tan presentes en una novela como Un guijarro en el cielo, de Isaac Asimov, otro invitado a este festín profético —decía Gonzalo Hidalgo en la presentación en Cáceres de esta novela que apenas tiene raíces en la literatura nacional—; y este desfile de cachivaches de nuestro tiempo por las páginas de un libro que mueve a pensar. Que, aunque sea mal, es bueno.

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