"—Es muy sencillo —me dijo el director de La Verdad—. Lo único que tienes que hacer es asistir a la cena literaria y enviar una crónica a las once.
—Hay un pequeño problema —me permití objetar, inocente de mí— . El premio se falla a las doce y...
—¿Y qué?
—Pues que si se falla a las doce no podré pasar la información a las once porque a esa hora aún no se sabrá quién es el ganador. El jurado aún estará votando.
Jordi Gratacós se echó a reír.
—Venga, vete, que tengo mucho trabajo —se me quitó de encima—, y espabila que ya eres mayorcito."
No puedo evitarlo. Todos los años por estas fechas me acuerdo de la novela de Xavier Moret El impostor sentimental (Barcelona, Emecé Editores, 1997), de la que he copiado el principio de la secuencia 15 (pág. 109). Antes me hacía gracia; pero cada año que pasa me resulta más indignante —y patética— la impostura —comercial; eso le salva— del Premio Planeta a la que tanta gente se presta. Como en la novela de Moret, horas antes de que Carmen Posadas desvelase en directo, con la complicidad de los periodistas, los nombres verdaderos escondidos bajo los seudónimos presentados, ya sabíamos que Lorenzo Silva sería el ganador y Mara Torres la finalista. La red, ya llena de noticias sobre los nuevos planetas, aún tiene vestigios de tan extraordinaria profecía.
Y el año pasado, una extremeña, Inma Chacón, que se prestó a ese juego. Qué lección nos daría alguien que rechazara el Planeta. Pero ya no quedan de ésos.
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