domingo, febrero 19, 2012

Farol de Saturno

Leí hace tiempo este último libro de poemas de Antonio Martínez Sarrión, que a mí me parece un poeta lúcido y necesario; y me ocurrió algo para mí extraordinario: sentí el impulso de devolver a la librería —qué culpa tendrá— Farol de Saturno, que es el título del libro, como todo el mundo sabe. (Antonio Martínez Sarrión, Farol de Saturno. Barcelona, Tusquets Editores. Col. Marginales, 271, Nuevos textos sagrados, 2011). Fue después de la lectura de los catorce primeros poemas, es decir, de los que componen la primera sección "Hábitos de los discípulos de Buda". Exagero. Nótese. Yo no soy quién para devolver un libro de A.M.S. Pero confieso que no reconocí al gran poeta en estos poemas de largo título —"La mayoría de los cuestionarios psicológicos tienen por objeto descubrir a estos lunáticos, a fin de denegarles un empleo"— que es lo mejor comparado con lo de abajo, epigramas largos a los que aún busco la sustancia poética, poco elaborados por circunstanciales algunos, a mi parecer, y con versos tan poco eufónicos como "Rematas la faena si le pones / un cero patatero / a palabras absurdas cual solidaridad, / cual compasión, o sindicato o huelga. / Ello lleva a gozar de un empleo no muy fijo, / es verdad, / cuya retribución, y esto sí tiene guasa, / inexorablemente irá a parar, / en cuanto se descuide ese ceporro," […] Basta. Pero hay más ejemplos en el libro, como en el quinto poema y su obsesiva repetición del "mucho", tan inoperante. (En algunas librerías te dan el ticket de compra con el nota bene de que "No se admiten devoluciones en temarios de oposiciones, guías de viajes, ni transcurridos 10 días desde la fecha de compra". Mueve a la reflexión. Se supone que los libros de poemas o las novelas pueden devolverse antes de trascurridos diez días desde su compra; como si no fuese un plazo razonable para leer un libro y, por consiguiente, devolverlo y llevarse otro del fondo. Cuando menos, es curioso, y para plantearse un debate entre el gremio de libreros). Pero no; lo que me echó para atrás en mi impulso de devolver el libro de Antonio Martínez Sarrión —su disculpa es la rabia de un ciudadano cabreado y buen poeta— fue su segunda parte, tan humilde, tan poco pretenciosa que no lleva título, y que vale todo el libro. Para descubrirse, por ejemplo, con el primer poema, "Regadera". Qué diferencia. ¿O estamos ante géneros distintos? Registros distintos, dirá alguno; y tan lícitos. Es como si la primera parte fuese un exabrupto y la segunda la sabia y elegante proposición de quien sabe responder con otras balas a esa "metástasis / de mentecatos y de dominguillos". Una lápida, un perro tumbado al sol, la regadera que permanece en la memoria del poeta que hoy escribe poemas como "Hoguera de pastor", espléndidos de tan precisos, certeros y trascendentes: "El fuego del pastor durará lo bastante / como para entregar el relevo a la aurora / sin que se note el tránsito." Ahí sí que están los claros poetas deletreados en otro poema prescindible de la primera parte: Manrique, Garcilaso, Juan de Yepes, Fray Luis, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Rubén, Bécquer, Machado, Juan Ramón, César Vallejo, Federico, Claudio. Nada más. Solo quería decir esto.

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