jueves, septiembre 15, 2011
La vida que respira de Nicanor Vélez
Entre las presencias y las ausencias, la escritura. Podría ser un torpe titular para presentar lo que contiene este libro de poemas, La vida que respira (Valencia, Pre-Textos, 2011), de Nicanor Vélez (Medellín, Colombia, 1959), que publicó su primera obra poética, La memoria del tacto (2002), aquí en Extremadura, en los Libros del Oeste, por el afán —me consta— de Ángel Campos Pámpano, a quien encuentro de nuevo en el poema "Silencio", escrito en su día para él, y dedicado también ahora a Paula, a Ángela y a Javier Fernández de Molina. Lo dice la hoja de "Destinatarios", puesta al final, que informa también de que se trata de un libro escrito entre 2000 y 2010, un tiempo que, de no explicitarse, cabría deducir por el argumento de la obra. Esta línea argumental parte de la vida y llega hasta la muerte. No es ninguna novedad, se me dirá; pero, a estas alturas, nadie se sorprenderá por una nueva variante gustosa sobre lo mismo que se materializa en un libro de gran calidad, con registros diversos y con los indicios precisos para concluir que su autor ha pensado, y mucho, en la poesía, como lector y como creador. Es Nicanor Vélez uno de los más competentes responsables —ahora más— de la difusión con rigor de la poesía en español del siglo XX, como poco. La vida que respira es un poemario en tres partes que apuesta desde su título, que es el de su primer poema, por la vida; quizá porque luego el libro se tiñe de un tono elegíaco muy poderoso y sentido y el poeta cree que hay que compensarlo con esta afirmación por encima de todo. Y quizá también por esa afirmación del presente que conlleva, ya que la vida que respira, mañana, dentro de un rato, puede dejar de respirar. A pesar de todo, su lectura, no sé si por esa sugestión del respirar del título, no ha provocado ninguna sensación sombría en este lector, al que no faltan ejemplos para demostrar en clase —soy profesor—, o, al menos, para responder a preguntas positivistas, que el poema puede sustentarse sin necesidad de claves biográficas aparentemente iluminadoras. No me faltan ejemplos, claro; pero agradezco que en una nueva lectura de hoy me surjan lugares a los que acudir, como aquí, con poemas de las partes segunda y tercera de este libro tan sugerente. La parte central parece un paréntesis hondamente reflexivo sobre el hecho poético —rodeado de los hechos vitales de la vida y la muerte, del tacto y del vacío—; pero paréntesis no como suspensión, sino como inciso con mucha significación. Pido disculpas por decir tan poco y tan mal; pero me ha salido así tras la lectura gozosa de este libro, que, naturalmente, recomiendo.
Nic respira y vive sin vivir, sin tacto y sin final que relatar al morir.
ResponderEliminarGracias Nic.