martes, abril 05, 2011
Moratín y sus diez espárragos
Ocho espárragos a la plancha, no diez, comí ayer, que leía esta selección de la prosa de Leandro Fernández de Moratín. El responsable es el escritor Alberto Santamaría, que estuvo en Cáceres hace pocos meses, cuando ya mostré interés por la antología. La ha titulado El hombre que comía diez espárragos. Antología de textos en prosa: 1792-1797 (Córdoba, El Olivo Azul, Colección Errantes, 5, 2010), y también me llamó la atención el título. Porque hace años que Eduardo Jordá tituló el epílogo de su edición de las Apuntaciones sueltas de Inglaterra (Barcelona, Ediciones Península, 2003), "Los diez espárragos de Moratín". El caso es que, camino de Turín a Milán, el autor de El sí de las niñas compartió viaje con una singular galería de personajes: "Un genovés sórdido, con su mujer y su hija (horrendas las dos), que en vez de hablar, ladraba, quejándose siempre de la carestía de los comestibles, y de que en las posadas las puertas de los cuartos no tienen cerrojo por de dentro, y, por consiguiente, todo genovés que duerma en ellos está expuesto a ser asesinado. Un fraile, vestido de abate, muy gordo, sudando siempre, hablando de malos partos y destetes y preñados con las mujeres, de quien no se despegó jamás, era padre jubilado en Parma, y se hacía venir el café de Venecia, el vino de Florencia y los salchichones de Bolonia. Una mujerzuela que había hecho campaña en el Piamonte el año anterior con una chiquilla colgando de una teta, la cual chiquilla fue engendrada en Casteldelfino y parida en Asti. […] Un boticario de aldea, vivarachuelo, feo, hablador eterno, que mientras yo me comí diez espárragos nos contó de dónde era, cómo se llamaba, en dónde vivía, lo que le había sucedido en Turín con otro boticario que le quiso casar con una sobrina jorobada que tenía" […] Todo está recogido en los trozos seleccionados por Alberto Santamaría, que compone su antología con las "Cartas de Inglaterra" a Jovellanos, a Juan Pablo Forner y a Juan Antonio Melón; con unos cuantos fragmentos de las Apuntaciones sueltas de Inglaterra, más dos cartas a Godoy, las notas del Viaje a Italia con alguna carta (a Melón) desde allí, y dos misivas más, de 1797, a Gaspar Melchor de Jovellanos, ya vuelto Moratín a España. Me parece muy importante que, fuera de la crítica filológica, se publiquen ediciones como ésta, aunque el antólogo no haya matizado o borrado alusiones como las que hicieron otros de "poeta mediocre" —¿mediocre quien escribió la Elegía a las musas?—, que es uno de esos tópicos tan repetidos como la solapa de este libro promovido por Alberto Santamaría: "Cuando Moratín asistió en Londres a una representación de Shakespeare..." Pero es importante que escritores con su público lector como Alberto Santamaría o, en su momento, Eduardo Jordá, llamen la atención sobre nuestra literatura del siglo XVIII. Contribuyen a que la labor de Belén Tejerina, del llorado René Andioc, de Ana Rodríguez Fischer o de Jesús Pérez Magallón, por citar solo algunos de los que han estudiado concienzudamente las prosas de Moratín, sea más conocida y más valorada. Amén de la propia obra de Leandro. Que, por cierto, está publicada por la misma editorial cordobesa que una novela que estoy leyendo, La krakatita. Una fantasía nuclear (Córdoba, El Olivo Azul, 2010), de Karel Čapek, traducida por Patricia Gonzalo de Jesús, que me ha recomendado mi alumno checo František, y que hasta esta edición estaba inédita en español desde su publicación original en 1924. Perdón por el excurso.
La cubierta es bastante fea.
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