lunes, diciembre 13, 2010

Fernando Urdiales

Ayer murió Fernando Urdiales (Valladolid, 1951). Le conocí gracias a Isidro Timón, a quien he llamado a mediodía para darle la noticia, que he sabido por la necrología que El País publica y firma Rosana Torres, y que me ha conmovido. "Paladín del teatro clásico español" se le llama con razón; "uno de los últimos grandes sabios del teatro español", dice de él Eduardo Vasco, el director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, otro de los habituales en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres, y, últimamente, en el curso de verano Lecciones de Teatro Clásico que espero sigamos organizando, y en cuya primera edición Fernando Urdiales participó desde el patio de butacas con la sabiduría de un ponente, claro, acostumbrado a las tablas. Lástima hoy.

2 comentarios:

  1. Sí, yo le recuerdo, de mis años de facultad, por ejemplo en las noches de Valladolid en su habitual barra de 'El Farolito' y, sobre todo, por su dedicación al Teatro Corsario, cuyo último montaje que vi, afortunadamente, fue 'El mayor hechizo, amor' de Calderón. Tras leer aquí la noticia, veo que el blog de Isla Kokotero recoge unas fotos de su última actuación (mayo de este año en León, en homenaje a Miguel Hernández) y unos poemas suyos en 'Todos de etiqueta' que sabía que alfabéticamente cerraban aquel libro.

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  2. Y sigo sin entender una grosería penosa. La negativa del Ayuntamiento de Valladolid a que se instalara la capilla ardiente de Fernando Urdiales en el Teatro Calderón alegando imposibilidad material y temporal para hacerlo.

    Una ciudad que ha acostumbrado a tratar de otro modo a sus hijos ilustres en lo que lleva de ayuntamientos democráticos: recuérdense los homenajes en vida a Jorge Guillén, a Rosa Chacel -no sólo-, las despedidas a Miguel Delibes, a Francisco Umbral, a Francisco Pino... (¡qué envidia de nombres para una sola ciudad!, al que añadiría también el de José Jiménez Lozano, por no entrar entre autores más jóvenes) ¿no ha caído en una consciente vulgaridad al negar este honor a un hijo suyo del teatro? Salvo que el juglar por su naturaleza crítica y su verdad cantarina irrite, refleje lo no querido y sea valorado como incómodo y demasiado real maravedí del que queremos socialmente distanciamos: la distancia ideológica del origen que en poco tiempo igualará la parca. La verdad incomoda, ya lo sabemos, aunque se recoja en su casa. Y la apariencia halaga (ya veremos como la autoridad se correrá de gusto con cualquier delicuescencia de esa anunciante de incontinencias urinarias de la misma villa)

    Pues al final, recordando el poema de León Felipe que musicara Paco Ibáñez, el mejor homenaje va a ser releerlo con todas sus palabras: el de esa naturaleza humilde de la piedra pequeña del camino, guijarro, canto que rueda, como tú, que no ha servido para una lonja, ni un palacio, ni una audiencia, ni una iglesia... sino una piedra honda, pequeña, aventurera... entre el cieno de la tierra y el centelleo de los cascos y ruedas (son todas palabras de León Felipe) y que hoy las leo sintiendo especialmente el escalofrío de un retrato que es una lección alta o mayúscula de ética, y en el que a la vez me resuena el mejor de los posibles elogios merecidos en el riesgo y ventura de cómico por el que optó Fernando Urdiales y que para sus espectadores y compañeros de escenario seguramente merezca. Yo sí que pisaré el Teatro Calderón para dejar unas flores en mi próxima visita.

    (desde aquí, a Luis Miguel García -que hace tantos años no veo- y a todos sus compañeros del Corsario, mi reconocimiento y confianza de que en su espíritu imaginario y libre, sigan)

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