miércoles, agosto 04, 2010

Isidoro Máiquez y sus espejos


Por la edición y el estudio preliminar de este libro del erudito Emilio Cotarelo y Mori (Isidoro Máiquez y el teatro de su tiempo, Madrid, Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de España, 2009), Joaquín Álvarez Barrientos recibió ese año el Premio Leandro Fernández de Moratín que la ADE otorga a estudios teatrales. Reúne la obra dos grandes valores, ambos atribuibles al estudioso dieciochista Álvarez Barrientos, investigador científico del CSIC: la reedición de un clásico de los estudios literarios como el libro de Cotarelo, cuya primera edición es de 1902, ya que fue el propio Álvarez Barrientos quien la sugirió a Juan Antonio Hormigón, secretario de la ADE, y el estudio preliminar "Emilio Cotarelo, Isidoro Máiquez y la melancolía", que ocupa algo más de ochenta páginas y se cierra con una extensa bibliografía.
Hace meses ya que leí este libro y que quería escribir una nota en este cuaderno. Mejor dicho, que leí el jugoso estudio preliminar de Joaquín Álvarez Barrientos. Mucho más tiempo hace que manejé la edición de 1902, que sigue siendo una gran fuente de información —con algunos errores— para la historia del teatro español del último tercio del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX; por eso valoro tanto el tener este volumen en el que ahora me he recreado con la lectura de algunos capítulos y el hojeo de sus apéndices. Además, en clase, en quinto de Filología Hispánica sobre la novela del XIX tratamos La Corte de Carlos IV de Pérez Galdós, en donde uno de los personajes históricos más interesantes es precisamente el gran actor Isidoro Máiquez (1768-1820). Fue, como dice Álvarez Barrientos, quien lideró el proceso de institucionalización y de normalización del oficio de actor. Fue un buen actor, que buscó nuevos modos de interpretación, como decir el verso y no cantarlo. Fue el actor de los espejos, un instrumento controvertido. Alguno de sus biógrafos contó que los tenía de cuerpo entero, como recuerda Álvarez Barrientos, para estudiar la gesticulación y la figura. Es hoy, creo yo, una figura que puede interesar mucho en el mundo de la interpretación y entre actores interesados en saber sobre sus padres y abuelos; pero a través, sobre todo, de la excelente visión que nos da Joaquín Álvarez Barrientos, cuyo análisis supera —salvando las distancias que haya que salvar— el de Cotarelo en su tiempo. La percepción de Joaquín Álvarez Barrientos sobre la melancólica personalidad creadora de Máiquez es un valor fundamental de esta sobresaliente recuperación de nuestra historia teatral.

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