Noto los domingos también por la manera de leer el periódico, más ordenadamente. Hasta que he llegado a la página 60, incluyendo el cuadernillo central, ha pasado mucho tiempo. El que me pesa ahora por no haber conocido la muerte el viernes de Carlos Álvarez-Ude, al que homenajeamos el día 8 de febrero pasado, al que vi por última vez esa noche en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Lo siento.
Al día siguiente de aquel acto, escribí, desde la Biblioteca Nacional, un texto que luego revisé para publicarlo aquí; pero que no terminé. No sé; quizá por pudor, por no confundir anacronía con necrología, por no comprender ni la vida ni la muerte, ni la lógica de ambas, tan incomprensible. Nacional-Ude, lo titulé. Decía:
El martes por la mañana me puse a escribir en este teclado amable desde el pupitre 13 de la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional, en donde —qué paradoja— sólo está permitido escribir con lápiz. Iba a apuntar algo sobre lo vivido la noche del lunes 8 en el Círculo de Bellas Artes, pero el trabajo se me acumulaba. Paso tan pocas horas al cabo del año en la Nacional que no me gusta distraerme.
Fue el lunes 8 de febrero, como estaba previsto, el homenaje a Carlos Álvarez-Ude en la Sala María Zambrano. Estaba llena. Carlos llegó cuando todos estábamos esperando dentro, y tardó en recorrer los pocos metros desde el rellano de la planta quinta hasta la tarima un buen porrón de minutos. Carlos estaba lento y paquidérmico; pero más le hicimos quienes nos acercamos a él para saludarle antes de que comenzase el acto. Cada saludo suponía un rato, y un esfuerzo grato para él.
El acto estaba cargado de emoción, sí, pero muy alegre. Y la que obró el milagro fue Ruth Toledano, que ha estado detrás de todo, junto a Alejandra, la mujer de Carlos, desde el principio de los tiempos y de los dos folios que ella dice que son el principio de todo. Juan Carlos Suñén abrió la boca para decir que el primero que habla es al primero que olvidan. No fue así, porque a punto estuvo de meter la pata del todo. Así que nadie olvidará al primero que habló, que, además, es batería del grupo de jazz más interesante que no escucharé en mi vida. Luego fue Germán Gullón, que pasó calor allá arriba, quien contó el sentir de las conversaciones con Carlos. Germán que hablaba de novelas y Carlos que hablaba de poesía. Y Ruth Toledano. Al quite. Aportando al acto el acento que tenía que tener. A Carlos se le encendió algo en las manos. Luego Miguel Casado provocó en Carlos una reacción distinta, un leve brillo en los ojos, cuando nombró a Hermínio Monteiro y a Ángel Campos. De eso se trataba. Y, en cierta manera, también estuvieron presentes por el decir de Miguel la mismísima María Zambrano y el ilustrísimo José-Miguel Ullán.
Aquí dejé aquello. No mencioné a Noni Benegas ni a Víctor García de la Concha, que también hablaron en el acto. Ni escribí nada sobre la sorpresa-regalo del acto, el libro Los mares detenidos, los poemas de Carlos (Madrid, Trama Editorial, 2010), con prólogo de Ruth y epílogo bajo el pie forzado de "¿Quién es Carlos Álvarez-Ude?" de una treintena de amigos y familiares.
Ahora, se ha muerto. Todos lo sabíamos, que la muerte que separa. Es el final de uno de los poemas de Carlos de esos Los mares detenidos. Siento su muerte y recuerdo a Ángel Campos Pámpano; nuestro desencuentro a propósito del homenaje —aquel, póstumo— a Ángel en el mismo sitio, en el Círculo de Bellas Artes; y el abrazo que nos dimos Carlos y yo, en aquel mismo lugar, saldando todo. Miguel Casado me lo notó en la cara.
Descanse en paz Carlos. Y el abrazo.
Muchas gracias, Miguel Ángel... tal como escribes: aquel abrazo saldó todo...
ResponderEliminarAlejandra Díaz
Gracias Miguel Angel, se nota una emoción sincera en tus palabras. Un abrazo.
ResponderEliminarPrimitivo
Un abrazo grande, grande.
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