Érase una vez una comisión (CNEAI) que decidió que todo libro publicado por su autor en su propia universidad no era digno de ser tenido en cuenta para evaluarle la calidad de su producción científica. Sin duda, la medida evitaba la enojosa tarea de leer lo que había de ser calificado. Ahora, y después de actuaciones como las emprendidas por la Unión de Editoriales Universitarias Españolas (UNE), que recabó el apoyo de una treintena de rectores y que promovió un manifiesto a favor de la edición universitaria firmado por casi un millar de personas, en la resolución publicada el pasado día 1 en el BOE ha desaparecido aquello de que se consideraba relevante la obra que no está publicada en la misma institución en la que trabaja el investigador. Se impone la racionalidad. Y sí hay, además, una alusión expresa a que la aplicación de los requerimientos "no tiene carácter absoluto, ya que ha de ser modulada en función de las circunstancias de cada disciplina". Menos mal.
Me imagino hoy las caras de los evaluadores ante La rebelión de las masas publicada en la editorial fundada por su autor; o ante el libro de Claudio Guillén Literature as System (1971) publicado por Princeton University Press de la institución en la que dio clases.
En fin, que la UNE ha emitido una nota de prensa con más detalles. Bien.
Un logro excepcional con el que saldrán ganando las ediciones universitarias. Ya era hora de que se tengan que leer las obras y no evaluarlas sólo por la portada.
ResponderEliminarEnhorabuena, Miguel, a ti y a todos los que lucháis por la edición universitaria. Tu amigo Luis.
ResponderEliminarNo sé cómo funciona la cosa, pero me pregunto... ¿Por qué, si la obra se edita en una institución universitaria, deberían leérsela para evaluarla y, si no se edita, se da por hecho que se leerá?
ResponderEliminarEsto... Creo que estoy cayendo un poco (no hay nada como escribir para ordenar las ideas). ¿Se basarían en el "prestigio" de la editorial o la revista que publicara el artículo o el libro para evaluar?
El derecho de ignorar tiene razón limitada, decía Larralde. Ay, qué de acuerdo estoy con él.