¿Qué pensaría el lector si un libro de Calvo Serraller lo presentase Isabel Pantoja, o, por qué no, Ortega Cano? No hay por qué espantarse; pues todo llegará, en sus términos de equivalencia. Lógicamente, el lector pensaría que el editor, por ejemplo, se había preocupado por lograr una gran repercusión. Sin duda. ¿Qué puede pensarse si un arquitecto técnico presenta el libro de un biólogo celular? No lo sé; pero estas cosas pasan normalmente en el mundo de la cultura, en donde no extraña que un libro de poemas lo presente un futbolista —siempre que no sea Guardiola, ex-jugador, entrenador hoy, y lector de poesía. Desconfío de las obras —y siento el prejuicio— que se escudan en lo mediático, porque siempre me parece que algo tienen que ocultar. No comprendo —bueno, sí, por eso— cómo un autor de un libro sobre las células madre prefiere como presentadora a la Ministra de Sanidad, antes que al desconocido ayudante de un Premio Nobel en ese campo.
Recuerdo cuando viví un caso de este tipo. Una escritora —o quizá fuese un escritor— quiso que la presentación de su libro la hiciese alguien muy importante, y, por consiguiente, muy ocupado. Éste aceptó; pero no leyó el libro. Su equipo se encargó de buscar a la persona que debía escribirle la presentación. Esta persona, también dedicada a otros asuntos, no había leído la obra; pero sabía que alguien de su círculo familiar la había leído. Le pidió que le hiciese un resumen del argumento, y con esos comentarios y un par de ojeadas a las páginas indicadas por su informante, compuso tres folios que el personaje importante leyó en el acto público. Ni el que hizo la presentación ni el que se la escribió habían leído el libro. Lo llamativo es que luego se publicó el texto firmado, claro, por el personaje importante. La autora del libro, o autor, quedó muy contenta, o contento.
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