El otro día, el último lunes de julio, pasamos cerca de esta ciudad de la región más occidental de Francia, Aquitania, en el departamento de los Pirineos Atlánticos, próxima a Pau. A Orthez dediqué un pensamiento a ciento treinta kilómetros por hora. Pensé en un poeta querido, Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764-1809), que murió allí enfermo de tuberculosis a los pocos días de cruzar la frontera con la pena del exiliado de su patria. No se conoce su tumba, no hay inscripción alguna…, donde habite el olvido; tampoco, como se lamentaba José Luis Cano al introducir sus Poesías en los Clásicos Castalia, se conserva ningún retrato.
Se han cumplido este verano los doscientos años desde su muerte y ando, también a salto de mata, escribiendo algo sobre su poesía, que es de lo más interesante del primer romanticismo español. Estoy en ello y me acuerdo también de dos poetas del siglo XX, importantes: Jaime Gil de Biedma, que tituló un poema con otro de Nicasio, y José Luis Hidalgo, por lo del sentimiento de la muerte.
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