Ocurrió aquí, en Extremadura. Después de la presentación de su libro, mi amigo fue a descargar la vejiga al urinario público contiguo a la sala en que acababa de celebrarse el acto. En la soledad carbonatada del mingitorio, un señor meaba. Giró sólo la cabeza:
—Felicidades.
—Gracias —contestó mi amigo, girando sólo la cabeza.
El señor mayor le preguntó sobre los detalles de una escena de su novela a la que se había referido en su intervención. Los amantes resolvían sexualmente una situación difícil.
—Yo he sido un gran lector —dijo el señor. Ahora ya no veo y todo me lo lee mi esposa. Pero vengo notando de un tiempo a esta parte que me escamotea texto, que hay líneas o párrafos que se salta. Mi señora es algo beatona y me daba a mí que iba a quedarme sin saber eso.
Eso se lo acabó de resumir mi amigo poco antes de lavarse las manos y despedirse amablemente de aquel futuro lector privilegiado que volvió a casa satisfecho por haber colmado su curiosidad y, también, por qué no decirlo, crecido por el brillo especial que le daba saber que, por una vez, iba a ver más que su amada esposa.
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