Para los que trabajamos también fuera de casa. Las probabilidades de que nos llegue un envío por mensajería urgente el día previsto son muy reducidas. Llegar, llega. El primer día llega una nota de aviso que uno puede encontrar en el suelo de su portal o pegada en algún lado visible —y dado el caso, cuesta luego quitar los restos del adhesivo. Ese mismo día uno llama y pide perdón por no haber estado en casa. Al día siguiente, vuelve uno a encontrar la misma nota. Y poco después vuelve a llamar para repetir que el mejor momento para la entrega es durante las horas de la tarde. Y aquí viene un caso real:
—Es que por la tarde, el repartidor no puede; está ocupado con las farmacias.
—¿...?
—¿Conoce usted a C., el del mesón?
—Sí.
—Pues ahí se lo dejamos. Deje usted el dinero.
Y gracias a esto tengo en casa tres libritos que pedí a una editorial que el mismo día los puso en el coche de postas. Me consta.
Otro día cuento cómo tuve que ir de una a otra gasolinera por un paquete. El móvil fue el mismo: una nota de aviso.
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