domingo, agosto 03, 2008

Primer domingo de agosto

Llevo gafas desde los quince años. Estaba en 2º de Bachillerato y el primero en reírse de mí fue mi profesor de Latín. La verdad es que duró un instante el gesto insignificante que ahora evoco treinta años después, como si no hubiese pasado nada.
Mi oculista me ha graduado la edad con uno de esos aparatos que ellos tienen para graduarte la vista. Por lo visto, piso ya un terreno proclive al cansancio y la pereza en términos ópticos, los 45. Y como, a pesar de todo, mi oculista sabe que Rousseau escribió (Emilio, o De la educación) que el hombre que más ha vivido no es el que más años tiene, sino el que más ha experimentado la vida, ha querido ofrecerme la experiencia de tener dos gafas. Las de lejos, o sea, las de siempre; y las de cerca. Y desde la tarde de ayer vivo con la extraña sensación de ver todo más grande desde cerca, que más que un pleonasmo es eso, una sensación que va a hacerse experiencia.
Estoy confuso. He leído El País y no parecía España, sino Canadá. Un cuerpo doce de una garamond, en pantalla, me ha parecido un catorce, y a veces, cuando me pongo las gafas nuevas me da la sensación que me llevo al ojo un cuentahílos. Todo es más grande. Ayer, la noticia de la muerte de Leopoldo Alas se me hizo inabarcable; la lectura del relato Luz de agosto de Gonzalo Hidalgo Bayal, espléndido y compacto como todo lo suyo, me valió por dos... No sé si acabo de llegar a una nueva realidad que desconocía o si la verdadera realidad es de cuerpo doce y este adminículo de las lentes la eleva para que yo viva esta ilusión. Sigo confuso. Dice el oftalmólogo que será cuestión de días. Otro émulo del Dr. Pangloss, me he dicho.


Ilustración: Antonio Gómez, Sobredosis.
Premio de Experimentación Poética, 1994.

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