He recibido el último número (37) de Vasos comunicantes, la revista de la Sección Autónoma de Traductores de la Asociación Colegial de Escritores, cuando estaba escribiendo un texto sobre la lengua, sobre mi lengua. No sé si lo terminaré, a pesar de que no es largo. Si lo termino, no sé si lo publicaré aquí. Supongo que sí. Ha resultado una curiosa coincidencia recibir esta revista que habla de las lenguas y de sus trasvases.
Tiene como saluda un texto merliniano, militante, llamativo, en el mejor de los sentidos, invocador. De Mario Merlino, el director junto a Carmen Francí de Vasos comunicantes, traductor de Lobo Antunes y de Nélida Piñon. A Mario Merlino lo conocí hace casi un año en Cáceres en el último encuentro de Ágora. El debate peninsular, que tiene su presencia en este número en los textos de traductoras como Ana Belén García Benito o Eloísa Álvarez.
“Nuevas batallas por la propiedad de la lengua” es uno de los textos de este número que más de lleno me ha llegado mientras yo pensaba en mi lengua. Se trata del texto de la conferencia de Marcelo Cohen (traductor de Jane Austen, Henry James o Clarice Lispector, entre otros muchos) que en lo que tiene de crónica de una parte de la propia vida resulta interesante y en lo que tiene de referencias al mundo de la traducción lo mismo.
Luego me he enterado de la concesión del XVIII Premio Stendhal de traducción que convoca la Fundación Consuelo Berges y que ha recaído en Ascensión Cuesta por su traducción de la obra de Léon Bloy Historias impertinentes, editada por Menoscuarto. Ignacio Echevarría hizo la presentación del acto de entrega, y por su texto de nuevo aprendo con las consideraciones de quienes reflexionan sobre el hecho de traducir, en este caso, las de Echevarría, que habla de Bloy, de Karl Kraus, de Borges, de las buenas y de las malas traducciones...
Tienen estos Vasos comunicantes un recuerdo de Eduardo Naval firmado por Julia Escobar. Necesario y curioso. Curioso porque puede leerse una versión ampliada de esta nota necrológica de la escritora y traductora, publicada en noviembre de 2004; una versión más encendida, en la que, al tiempo que se lamentaba por el retraso en conocer la noticia de la muerte solitaria de Naval, hablaba de algunas circunstancias del Premio Planeta, de la vergüenza de un digno novelista como Marsé, y de Lucía Etxebarría y de su “novela abominable”, “impregnada de oxitocina, estimulante sustancia que segregan las parturientas y sin la cual Etxebarría ni hubiera sido madre, ni hubiera podido escribir este libro, sobre todo ante imágenes como la de estaba más pelada que el chocho de la Nancy y de ahí para arriba.” Yo reconozco que el recuerdo de Eduardo Naval, a quien debemos traducciones de Lídia Jorge, de Saramago, de Mia Couto, de João de Melo, de Mario Cláudio o de Eça de Queirós, no merece en la revista de la ACEtt tanto mandoble y tanta vulgaridad para otros y de otros. Claro, era en otro medio.
Y para terminar, de lo mejor. Una amena reseña —qué bien— del Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española, firmada por Ricardo Bada, que sólo por hablar de diccionarios me cae simpático. Pone Bada algunos reparos lógicos al DPD, obra que considera “formidable”: sobre la correcta acentuación de miligramo o de milímetro, o sobre la forma agujerada, como variante de agujereada. A este respecto, dice Bada que escribió a la costarricense Anacristina Rossi, que es la autoridad citada en el DPD con su obra María la noche (Barcelona, Editorial Lumen, 1985) como fuente de esa variante: agujerada. La contestación de Rossi: “Me sorprende con lo de agujerada. Porque lo que recuerdo es que yo escribí agujereada, como se dice en Costa Rica. ¡Si pone agujerada quiere decir que lo corrigieron en Lumen sin que yo me diera cuenta!”
Iba a escribir un texto largo, pero la verdad es que sólo tengo que decir una cosa importante.
ResponderEliminarQuiero leer lo que escribes sobre la lengua, porque es la única patria que conozco.
Sentiré decepcionarte si publico ese texto sobre la lengua. Y cuando lo publique, comprenderás por qué digo esto.
ResponderEliminarQuizá no me decepcione. Yo no soy filóloga.
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