Recibí el último libro de poemas de Olvido García Valdés, Y todos estábamos vivos (Barcelona, Tusquets Editores, 2006) y creí estar ante una amplia selección de su obra publicada, casi su obra completa, de tan voluminoso. Doscientas diecisiete páginas de poemas. Bien es cierto que la colección "Marginales" de Tusquets siempre abre poema en página impar, y en este volumen hay casi tantas páginas blancas (las pares) como poemas. Casi. También es verdad que desde Del ojo al hueso, su anterior libro (Madrid, Ave del Paraíso Ediciones, 2001), han pasado cinco años. Casi.
Convencido de que la cantidad y el peso de los poemas de Olvido no son mensurables, encuentro en ellos cualidades simbólicas mucho más cuantificables en términos artísticos.
Cada uno de los poemas —cien, número redondo: repartidos desigualmente en tres secciones, "Lugares", "No para sí" y "Sombra a sombra"— logra que el lector se demore, y vuelva sobre lo andado, y, más adelante, relacione una escena con un pensamiento, el pensamiento de una escena con un retrato —¡qué espléndidos aquí!—, y un retrato con un detalle..., la expresión de lo sensitivo. Tiene mucho este libro, mosaico, recuento y reafirmación.
Leo que quien habla en el libro ha conocido la confidencia de la muerte, y leo de angustia oculta. Leo, sin embargo, Y todos estábamos vivos, y concluyo que mis primeras percepciones se explican por el peso de la vida.
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