La salida a una nueva realidad que cuenta la novela es la creación de una realidad nueva. El personaje, también, ha de buscarse, pues no sólo ha perdido el tren, sino que se ha extraviado de sí mismo (pág. 16), y por ello va transformándose, y de viajero pasa a ser forastero, el que viene de fuera. Se produce en este momento de la novela un movimiento más notorio, una representación de espacios más panorámica, que va del norte al sur y del sur al norte, de la estación a la ciudad, centro principal de su extravío.El espacio rodea al personaje, le aporta una nueva realidad, un referente. El viajero-forastero ha de dotarse de una nueva identidad, para la cual determinados complementos son esenciales: el chaquetón, el cuaderno negro, la botella verde... Son complementos identificativos que el lector puede seguir a lo largo del texto, pues acompañan al personaje, y que aparecen destacados al final.
Nueva realidad creada, ilusión, mito de la caverna... Gonzalo Hidalgo construye el relato a partir de un aluvión de significaciones y simbologías que comienzan ahora a operar y a instigar al lector. En ocasiones, con hallazgos como el efecto de la luz larga de los faros de un coche que proyecta una panorámica de los perfiles de la estación: vagones, letreros, barracones, la propia sombra del viajero contra la pared, y la oscuridad. Un efecto de enorme fuerza visual (y no será el único en la novela) que cumple una función análoga a los resúmenes reflexivos o paradas meditativas que a partir de este momento se suceden.