En la secuencia séptima, el personaje lleva el atadijo de churros humeantes en la mano y, al intentar comerse uno, se quema los labios. Es la segunda vez que se quema en la ciudad. El interventor parece que acaba de nacer. Me recuerda al Adán de EL DIABLO MUNDO, de Espronceda, cuando siente el dolor de la bayoneta del soldado que va a apresarlo. Y me confirma, por consiguiente, lo que dice Simón Viola, que el viajero baja de una realidad, el tren, a otra, la estación, la cantina, la ciudad..., una realidad amarga y doliente. Y es que Adán empieza a conocer el mundo, doliéndose, como el interventor, a partir de una suerte de inocencia.