Empieza uno aceptando hablar sobre la recepción crítica del Quijote en el siglo XVIII para un curso y acaba, además de trabajando en las tardes de agosto, reencontrándose con lecturas y noticias sobre la novela cervantina que desgranan infinitas sugerencias sobre el mundo, sobre el arte, sobre la historia y sobre la literatura.
Recuerdo una mañana, también de agosto, hace unos cuantos años, en Palma de Mallorca a Perfecto E. Cuadrado, a la sazón decano de la Facultad de Filosofía y Letras, que es como un sabio renacentista con un toque abacial sólo contrariado aquella mañana por los pantalones cortos y por el ritmo vivace que impone a sus movimientos y resoluciones. Perfecto me regaló unos cuantos libros. Entre ellos, el que recogía el Primer convivio internacional de “locos amenos”, que se publicó con el título de Desviaciones lúdicas en la crítica cervantina (Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca y Universitat de les Illes Balears, 2000). Ahora que vuelvo sobre aquel libro, el orden alfabético de autores que organiza las aportaciones me permite reunir en unas pocas páginas a gente cercana y conocida, como Francisco Aguilar Piñal, uno de los padres del dieciochismo español, académico, poeta —le debo carta por su sonetos neoclásicos a los cuadros del Museo del Prado, sí, sonetos clásicos a algunas obras fundamentales del Prado—, como Julián Bravo Vega, compañero de mesa sin mantel en Zaragoza en unas llevaderas, dentro de lo malo, pruebas de habilitación de profesores titulares de Universidad, sí; como Isabel Castells, mi enigmática amiga en La Laguna, mi enigmática, Irma Vell, sí; o como Juan Bautista Avalle Arce, insigne cervantista, único del grupo que no conozco en persona, cuyo texto leo con regocijo. Se trata de una crónica sobre la estrambótica aventura cervantista de don Feliciano Ortego, que llegó a publicar, nada más y nada menos que en Editorial Seix de Barcelona (¿o de Palencia?) un libro bajo el título de La restauración del Quijote. Estudio comparativo de varias ediciones y sus respectivas notas con un ejemplar de la de 1605 impresa por Juan de la Cuesta que contiene anotaciones, acotaciones y correcciones de puño y letra de Cervantes en los márgenes y cuerpo de la impresión. El tal Ortego poseía un ejemplar de la primera edición de la novela que decía contenía anotaciones y correcciones de puño y letra de Cervantes. Su suposición hizo desviarse a don Marcelino Menéndez y Pelayo en uno de sus viajes desde Madrid a Santander para ver el ejemplar. El resultado lo cuenta con gracia Avalle-Arce. Francisco Rico se refiere a Ortego en su edición y, creo, a esos “dilettanti incontrolados”.