domingo, agosto 25, 2024

Malos libros

Más de ocho meses después de visitar la exposición Malos libros. La censura en la España moderna, su catálogo me sirve, como un álbum de fotos, para revivir aquella mirada y amplificarla. Recupero la buena experiencia de aquella mañana de diciembre en la Sala Hipóstila de la Nacional en la que, en un principio, no evité coincidir con una decena de estudiantes que escuchaban a un profesor explicar la muestra. No lo evité porque, al llegar a la altura del grupo, oí pronunciar el nombre de Fernão Brandão, al que aludía el profesor delante de un panel rotulado con «La nómina de Barcarrota», y la simulación de un hueco en la pared en el que se proyectaba la imagen holográfica de la nómina-amuleto que se encontró entre los libros —los diez impresos y el manuscrito— del siglo XVI ocultos en una casa particular de Barcarrota. El nombre del hidalgo portugués de Évora, denunciado a la Inquisición, que figura en la citada nómina, es la pista más plausible en la actualidad sobre la identidad del poseedor de aquel reducido e íntimo tesoro; y esto es lo que se hace constar en la exposición y en el capítulo redactado por Pedro Martín Baños en el catálogo: «La Biblioteca oculta de Barcarrota» (págs. 91-97). Es, en mi opinión, una de las mejores síntesis sobre las circunstancias y la tipología de aquel hallazgo; pero no es el único capítulo del volumen en el que se alude a ese conjunto tan concordante con el objeto principal de una muestra sobre la censura. También en los capítulos firmados por Folke Gernert, «Los libros de magia y adivinación» (págs. 203-216); por Marcela Londoño, «Superstición y piedad popular» (págs. 217-225); por Donatella Gagliardi, «Ente el silencio y la censura: los libros licenciosos» (págs. 227-228); y, de nuevo, por Pedro Martín Baños, «Las carajerías» (págs. 229-234). En ellos se alude a otras piezas, desde los libros de quiromancia o la Oración de la emparedada, hasta el interesante manuscrito del obsceno diálogo La cazzaria, de Antonio Vignali. Fue la Biblioteca de Barcarrota, de alguna manera, el vínculo afectivo, de mi visita a la exposición, y me alegra ahora incorporar el catálogo como una de las referencias principales en el estado de los estudios sobre ese conjunto de libros malos y nocivos que quedaron ocultos, a resguardo de la acción censoria y prohibitoria. De la delimitación de los significados de estos términos se ocupa la directora de la exposición —comisariada por Mathilde Albisson y José Luis Gonzalo Sánchez-Melero— y coordinadora y editora del catálogo, la catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona, María José Vega —otro vínculo afectivo—, que redacta, además de la «Presentación», dos partes fundamentales del volumen, el primer capítulo, «Censurar y prohibir» (págs. 25-38) y, en el segundo («En la oficina del censor. Los índices de libros prohibidos y expurgados en la Europa Moderna»), el segundo epígrafe sobre «Los índices de libros prohibidos» (págs. 67-87) y la mitad del quinto apartado, dedicado a «Expurgación y cultura hispánica en los siglos XVI y XVII» (págs. 98-116). Su presencia en la sección de «Bibliografía sucinta», en tanto que responsable principal del proyecto nacional de investigación Censura, expurgación y lectura en la primera era de la imprenta. Los índices prohibidos y su impacto en el patrimonio textual, es notoria, con más de una veintena de contribuciones desde 2008 a 2022. A ellas se suman, en buen número, las de los dos comisarios, y otros colaboradores, aparte de los citados, como Jorge Ledo, autor de varias páginas sobre el control de las imprentas, o como aquellos que escriben en el capítulo III dedicado a «Libros castigados. El impacto de la censura en la cultura hispánica»: Pablo García Acosta («La vigilancia de la escritura claustral»), Cesc Esteve («El libro de historia»), Laura Beck Varela («El libro de derecho») y Jimena Gamba, que se ocupa de los libros de entretenimiento y el teatro en los índices, en el penúltimo apartado del catálogo, que cierra José Luis Gonzalo ——fue Premio Bartolomé José Gallardo con Regia bibliotheca: el libro en la corte española de Carlos V, Editora Regional de Extremadura, 2005— con el capítulo final que recoge «Hacia la libertad de imprenta», como colofón de los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX —de 1790 fue el Índice último de los libros prohibidos..., de Agustín Rubín de Ceballos, y de 1810 la ley de libertad de imprenta. A este cierre, en términos historiográficos, hay que sumar el empeño de otros proyectos de investigación de ámbito nacional como el de Censura gubernamental en la España del siglo XVIII (1769-1808), dirigido por la profesora de la Universidad de Oviedo Elena de Lorenzo Álvarez, que ha culminado con algunas muestras impresas destacadas, como el número doble del volumen 101 del Bulletin of Spanish Studies (2024) o el libro coordinado por Lorenzo Álvarez y Rodrigo Olay Valdés, La censura en la España del siglo XVIII. Nuevas aproximaciones (Ediciones Trea, 2024). Exposición y catálogo permiten una inmersión de mucho provecho en los procesos de censura y control de lectura en un período crucial de nuestra Edad Moderna.


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