
Si alguien me pidiese una recomendación para leer ahora mismo, le daría este Campo de amapolas blancas. La verdad, también, es que le recomendaría éste, el objeto-libro que ha sacado Tusquets Editores; porque sé que el lector va a sentirse más cómodo y porque el texto gana de esta forma. Y, también, la verdad, le duraría poco el placer, porque se lee de una sentada, con delectación, claro.
Los críticos literarios fiables deberían recomendar libros casi sin argumentaciones; o sólo con algo parecido a lo que yo acabo de dejar en el párrafo de arriba. Casi nada. Nos ahorraríamos mucho. Y entonces, luego, los lectores, cuando les agradezcan a esos críticos que les recomendaron un libro, se convertirán en críticos y se explayarán —lo digo por experiencia, como crítico, como profesor, y no como lector— sobre aquellos aspectos o rasgos del libro en cuestión que lo hacen una obra recomendable. Entonces, puesto en el caso, yo recibiría cartas electrónicas con opiniones como las siguientes: el estilo de Gonzalo Hidalgo en esta novelita es primoroso; en esta novela hay mucha literatura y se incita amablemente a leerla —por ejemplo, a Sartre y a Camus; qué hondura de relato y qué perfiles de personajes; me ha ayudado mucho a entender la atmósfera de Paradoja del interventor; es un relato que tiene mucha poesía...
Ay, la crítica literaria.
Las tripas, ya sabes. Al final lo dicen las tripas.
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