
La calidad de lo que estoy leyendo tiene la culpa de que escriba aquí sobre esta novela aún sin terminar de leer. Por ahora, diré que me ha recordado —y es lógico— una calle, una novela y una carencia.
Empezaré por lo último, que es lo menos personal. Hace poco se lo leí a José Ramón Alonso de la Torre en un artículo de HOY, pero creo haberlo escuchado antes a Jaime Naranjo: que Cáceres no tiene novela, que está por escribir la novela de Cáceres. Es verdad, pero decirlo entraña el peligro de que alguien se ponga a escribirla —para ser el primero. Yo no sé si Calle Feria, de Tomás Sánchez Santiago, Premio de Novela Ciudad de Salamanca (Sevilla, Algaida Editores, 2007), es la novela de Zamora; pero no me importaría que la de Cáceres fuese como es esta deliciosa narración con una pequeña calle comercial en una pequeña ciudad de provincias.
Una calle. Por eso me acerca tanto esta novela a la calle Sevilla de Zafra, y mis vivencias de adolescente en algunas trastiendas y de mayor —ojalá con mayor frecuencia— en el serano —de mañana o de tarde— de Cayetano, ese comerciante de curtidos del que habló mi hermano en su blog hace casi un año. Y es que en la novela de Tomás Sánchez Santiago hay un Pepe Crespo, dueño del bar, un Fabriciano, el de “Novedades Textiles”, un droguero llamado Manahem, el único comerciante de la calle que despachaba con corbata en la tienda, un Herminio... Ah, Herminio... Hay que leerlo. Y es que yo creo que nos tocan la fibra.
Y, por último, me acerca la novela de Tomás a otra novela memorable, Belarmino y Apolonio, de Pérez de Ayala, a su Rúa Ruera, ese epítome del universo, como el diccionario. Otra fibra tocada. Continuará.