29 de septiembre. San Miguel, Buero y mártir. Es broma lo de mártir; pero hay que reconocerle su sufrimiento. Hoy, que es su centenario exacto, he hablado muy indirectamente en clase de su teatro y he recordado la conversación que escuché hace un par de semanas de Javier del Pino y José Martí Gómez (El oficio más hermoso del mundo. Una desordenada crónica personal. Madrid, Clave Intelectual, 2016) con Victoria Rodríguez, la viuda del dramaturgo. «Todo el día con él», dice. Qué buen homenaje escuchar su palabra viva.
jueves, septiembre 29, 2016
martes, septiembre 27, 2016
Diario de un lector. Prospecto
What's New, Pussycat (1965), Clive Donner
Alguien debería poner por escrito algo que quedase como testimonio —si no diario, con una periodicidad patente— de sus lecturas. No una reseña al uso, no. Más bien, un autorretrato impúdico de los hábitos de un lector en estos primeros años del siglo XXI. Por obra tan estupenda como Una historia de la lectura, de Alberto Manguel, supe de un grabado del siglo XIV que representaba a un erudito en una biblioteca llena de libros escribiendo en una mesa octogonal elevada, con un atril, que le permitía trabajar en uno de los ocho lados, girar la mesa y seguir leyendo los libros que ya tenía dispuestos en los otros siete lados. Algo así. Ir más allá, por ejemplo, de confesar el gusto por la expresión de Patrick Modiano de «dos mariposas sin arraigo» de Javier Goñi al comentar el libro de Fernando Castillo París-Modiano. De la ocupación a mayo del 68 (Madrid, Fórcola, 2015), y llegar a saber dónde leyó Goñi el libro, cómo y durante cuánto tiempo. Es verdad que no tiene ningún interés para Goñi ni para nadie si leyó en un bar, en un vagón de metro o en su casa, si en papel o en pantalla. Para mí sí; por eso escribo este prospecto. El otro día una amiga me dijo que había escuchado la noticia de la publicación de un libro interesante y que tardó poco en descargárselo en su tableta. Para leerlo, como todas las noches, antes de dormir. Me dio hora y lugar. A las diez de la noche ya en la cama. Yo leo más sentado que tumbado. Y no hace mucho me crucé con un joven conocido que caminaba con ropa deportiva con un libro en las manos que leía. Me pareció sorprendente hasta que pensé en las decenas de personas con las que nos cruzamos a diario que caminan por la calle con la cabeza gacha sin mirar más que la pantalla de su móvil, sin reparar en coches ni en viandantes. Cansados de leer lugares comunes, a lo mejor, con el tiempo, los estudiosos de la lectura vuelven a apreciar la crítica de libros para extraer conclusiones sobre cómo se leyeron: si cincuenta páginas seguidas de una novela publicada en papel o saltando de una pantalla a otra en el ordenador.
lunes, septiembre 26, 2016
Reina Juana
Aquel sábado de mayo que salíamos de la Sala José Luis Alonso después de ver Penal de Ocaña vimos el cartel de la función en aquel mismo Teatro de La Abadía de Reina Juana de Concha Velasco. Para los de provincias, el deseo de ver esa obra suponía un nuevo viaje o la esperanza de que girase por el resto de España y que en ese resto estuviese Cáceres o alguna ciudad cercana. Por fortuna, tuvo que ser este sábado pasado, en la primera de las funciones —luego fue la de las nueve y media de la noche—, cuando vimos a Concha Velasco representando un texto que parece hecho para ella. Magnífico el texto de Ernesto Caballero. No voy a negar el valor de la dirección, la puesta en escena y el apoyo de los elementos escénicos, sobrios pero muy efectistas, en el conjunto de este montaje; pero sin un texto como el de Ernesto Caballero es muy difícil que una colosal actriz como Concha Velasco pueda sostener durante hora y media a un personaje que basa su existencia en su propia confesión, en su palabra. Por eso, lo realmente interesante y valioso del texto de Ernesto Caballero es que consigue sobreponerse a cualquier reconstrucción histórica, y se convierte en un magnífico —por bien escrito— testimonio en noventa minutos de la recreación de una vida. Puro teatro. Este montaje dirigido por Gerardo Vera y tan extraordinariamente interpretado por Concha Velasco es mi primera experiencia teatral sobre el personaje fascinante de aquella hija de reyes, víctima del poder. Mi cultura visual sobre ella había sido solo cinematográfica, en orden cronológico, la Locura de amor (1948) de Orduña —Aurora Bautista—, y la Juana la Loca (2001) de Vicente Aranda —Pilar López de Ayala. Hay otros ecos literarios: Azorín, García Lorca...; pero no es el caso. Lo que vimos el sábado fue un buen texto dicho por una actriz histórica que tuvo el gesto de corresponder a los aplausos con unas palabras de agradecimiento al público de Cáceres —a todos los públicos— que no todos los grandes se paran a decir en cada una de las funciones de cada una de las ciudades en las que actúan. Y que todo el mundo agradece con más aplausos.
Reina Juana, de Ernesto Caballero. Dirección: Gerardo Vera. Intérprete: Concha Velasco. Producción: Grupo Marquina-Siempre Teatro. Gran Teatro de Cáceres, 24 de septiembre de 2016.
martes, septiembre 20, 2016
El contador de abejas muertas (y II)
La lectura de estas páginas me ha trasladado a aquel tiempo en el que yo me formaba como un estudiante diez o doce años menor que los hechos relatados y me ha ofrecido guiños musicales, ideológicos, e incluso la alusión a algún sitio de Madrid como «El Alambique» que uno ha conocido por circunstancias culturales. También me ha servido de comparación con lo que C. y yo hablamos hace unas semanas en la calle Galera de La Coruña («O Merendeiro») sobre «¿Cómo es posible que el recuerdo pueda deformar tanto una realidad hasta el punto de recordarla como cierta con todo tipo de detalles?» (pág. 105), que se pregunta Bernardo Fuster en uno de esos trozos de su libro en los que se nota más que quiere hacer literatura. Lástima que esto no se cumpla siempre, que el músico clandestino no haya devenido mejor escritor, y, sobre todo, que el resultado editorial sea tan desastroso por las innumerables erratas y faltas de ortografía que tengo marcadas en una página sí y en otra también de mi ejemplar. Cierto es que en los últimos capítulos se aprecia mayor voluntad de estilo, que coincide con el período en el que ya tocaba apearse del dogmatismo; por ejemplo, en XVII, donde Fuster habla de su nueva esperanza —sin premisas y sin meta— e incluye la carta que escribió a su aquel yo creado sobre Pedro Faura: «Querido Pedro, ¿sabías tú que un individuo sin orgullo ve automáticamente mermada su capacidad de sorpresa?» (pág. 220). Unos capítulos antes, en el XI, está Berlín; y en el XIII —otra errata— el lema es de una canción de Luis Eduardo Aute; y en el XX de Chicho Sánchez Ferlosio, que es —el capítulo— un homenaje a Chicho. En esta zona del libro, algo antes, en el número XII, se encuentra uno con otra convicción de Fuster asentada en el estudio: que el Vaticano es la gran casa de la infamia (pág. 171), la cuna de la hipocresía, el crimen, el nepotismo, la inmoralidad, la mentira. Por esto, dice, no hay mayor regocijo y responsabilidad que estudiar su historia, al tiempo que recomienda La puta de Babilonia del mexicano Fernando Vallejo. El contador de abejas muertas (Madrid, Varasek Ediciones, 2014) es un testimonio muy interesante de alguien que siente la necesidad de «rescatar lo que muy poca gente sabe y reivindicar por escrito la importancia de algunos lugares, hechos, encuentros y circunstancias que el tiempo ha dejado en el olvido, pero sin los cuales nada sería como es» (pág. 254). Incluye hechos, encuentros y personas que son protagonistas de un relato tremendo sobre un momento crucial. Me pregunto cómo leerán esta obra algunos de sus personajes, como aquel militante del FRAP que «hoy es un personaje conocido», hijo de una de las familias más respetables de Valencia en su tiempo, y del que el cronista no da más datos. Hay que celebrar que Bernardo Fuster nos haya dejado tantas apuntaciones de microhistoria en este libro que puede que algún día tenga continuación en otro, «que estará centrado en [la etapa de] Suburbano», con otro subtítulo: Memorias colectivas de un músico sin remedio.
lunes, septiembre 19, 2016
El contador de abejas muertas (I)
Este verano terminé de leer el libro de memorias de Bernardo Fuster, El contador de abejas muertas. Memorias de un músico clandestino (Madrid, Varasek Ediciones, 2014). Me lo pasó J., un compañero de la Facultad, que estará sorprendido por lo que tardo en leer las recomendaciones. No es tarde, digo yo, si es de agradecer, como es el caso. Para los iniciados, diré que Bernardo Fuster (Madrid, 1951) es Pedro Faura, el músico que marca los límites cronológicos de esta obra que termina precisamente cuando el seudónimo del clandestino Fuster desaparece para formar junto a Luis Mendo el grupo «Suburbano», el que crea canciones luego tan populares como «La Puerta de Alcalá» y que recaló de secundario en el mítico grupo de teatro «Tábano», una experiencia que cierra estas veintidós secuencias numeradas (I-XXII) y encabezadas todas por un lema como epígrafe de algunos poetas (Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Jacques Prévert, Luis García Montero), cantautores (Pablo Guerrero, Jose Afonso, Luis Eduardo Aute), personajes excepcionales (Agustín García Calvo, Chicho Sánchez Ferlosio), algún cineasta (Luis Buñuel) o incluso de algún apunte de un sugerente Cuaderno personal de plagios del que Fuster extrae alguna nota («En la oscuridad, cuando al fin pude abrir los ojos, descubrí con nitidez los laberintos del espanto»). Si por Fuster fuese, cabrían —caben, en realidad— más testimonios de lo hecho por otros compañeros de fatigas como Juan Margallo, Paco Ibáñez, Luis Pastor o Jorge Fernández Guerra, que se mencionan en este libro. El contador de abejas muertas —Fuster, en el verano de 2005, trabajó en un experimento de su hermano que buscaba comprobar la toxicidad de un producto para los girasoles que podría afectar a las abejas que él contaba ya cadáveres sobre una sábana blanca— habla de hechos que yo no viví; pero conocí posteriormente, por la crónica contemporánea que poco a poco fue abriéndose paso en la prensa de la época, ya menos censurada y controlada. Por aquellos años, muerto ya Franco, cuando la matanza de Atocha o la legalización del Partido Comunista, en casa entraban ya, además, del Hoy y el ABC, El País y Cambio 16. Por su mirada retrospectiva, uno supo de hechos que se cuentan en primera persona en el libro de Bernardo Fuster, la oposición estudiantil al régimen franquista, la lucha de grupos como el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), los Festivales de la Canción Ibérica o el Proceso de Burgos.
miércoles, septiembre 14, 2016
Gentes de mal vivir
«Ejemplaridad e infamia en el
siglo XVIII» es el subtítulo de la sección monográfica del último número de los
Cuadernos de Ilustración y Romanticismo (núm. 22, de 2016) de la Universidad de Cádiz. Aparte de sus otras secciones de
miscelánea, reseñas, notas o las más específicas sobre los ecos de 1812, que la
revista viene publicando desde la celebración del bicentenario, esta entrega
tiene el interés de tratar —nuevamente— asuntos de la historia social y
cultural española algo alejados de lo convencional, «el lado oscuro del siglo
ilustrado», como dicen en la presentación de la sección monográfica del volumen
sus coordinadores, Juan Gomis (Universidad Católica de Valencia) y Alison
Sinclair (Universidad de Cambridge). Wrongdoing
in Spain 1800-1936: Realities, Representations, Reactions es el título del
proyecto de investigación del cual proceden los trabajos incluidos —ocho—, que,
en su diversidad de enfoques, confluyen en la utilización de fuentes de la
literatura de cordel como medio de difusión de los discursos y representaciones
del crimen, del pecado, de la maldad o de la transgresión. Me gusta la ironía
con retranca de la primera nota del monográfico —en su presentación— en la que
los coordinadores se complacen (y
sorprenden) por la acogida del título Wrongdoing
del proyecto en un coloquio organizado en Le Havre en junio de 2015 y en la
publicación de sus contribuciones, adoptado en su integridad: Wrongdoing, realities, representations,
reactions. Pero más me gusta el sentido global de un proyecto que es derivación
de este trabajo de catalogación y digitalización emprendido por el Wrongdoing, el denominado «Literatura de
Cordel: Mapping Pliegos», coordinado por Alison Sinclair, Pura Fernández y Juan
Gomis, y en el que participan varios de los autores del presente monográfico,
que busca elaborar un catálogo colectivo y una biblioteca digital
de los pliegos sueltos publicados entre 1750 y 1950. Recomendable lectura este
nuevo número de los Cuadernos de
Cádiz que, como siempre, en sus otras secciones ofrece trabajos de mucho
interés.
lunes, septiembre 12, 2016
Comienza el curso
domingo, septiembre 11, 2016
En el MEIAC
© Colección Telefónica. Juan Gris, La Chanteuse, 1926.
Poco después de su inauguración el pasado mayo, Antonio Franco me encareció una visita a la exposición de la Colección Cubista de Telefónica que estará en el MEIAC hasta el próximo domingo 18 de septiembre. Fuimos ayer; y, sin saberlo, nos encontramos con que a las 12:00 había comenzado el segundo pase de «Voces de un museo», un ciclo de visitas guiadas con actuaciones lírico-dramáticas por diferentes museos extremeños. El sábado sonaban en el MEIAC las voces de las sopranos Sara Garvín y Lara Velasco, con Juan Fernando Díaz al piano. En primer lugar, agradezco a Antonio Franco que me avisase —casi en estos términos— de que en el MEIAC iba a estar durante todo el verano una muestra importantísima, que no iba a tener ocasión de ver así tan cerca de casa, y que no desaprovechase la oportunidad de contemplar una colección de piezas del cubismo tan selecta. Porque lo que vimos fue espléndido. Cuadros de Juan Gris, de Pettoruti, de Manuel Ángeles Ortiz, de María Blanchard, Daniel Vázquez Díaz y algunas piezas bibliográficas en torno al movimiento, con ediciones de Vicente Huidobro, y publicaciones sobre las nuevas tendencias artísticas que propiciaron un diálogo entre artes plásticas y literatura bien narrado en las tres secciones —1. Juan Gris. 2. El movimiento cubista en París, 1914-1924. 3. Expansión internacional en España y Latinoamérica— de una exposición que cuenta igualmente con el documental («Juan Gris. Cubismo y Modernidad») dirigido por José Luis López-Linares. Al menos durante media hora no vimos la exposición como queríamos, como esperábamos; porque nos sorprendió un grupo de medio centenar de personas guiado por una experta que comentaba algunos cuadros de la colección permanente del museo y que, en el momento en que nosotros quisimos ver la Colección Cubista nos invitaron a sumarnos a la visita. La invitación —de agradecer, pues había cita previa— resultó un hallazgo inesperado con la interpretación de una de las cantantes o de ambas sobre ciertas piezas —como La Chanteuse, que ilustra esta entrada—, que introducían con un monólogo o un diálogo teatralizado. Otra visita especial al MEIAC. Lástima que el espléndido catálogo de la Colección Telefónica, que pude hojear, no se pueda comprar en el mismo museo.
viernes, septiembre 09, 2016
Sintagmas nominales
Leí Bulto sin reparar en el exterior de su cubierta, donde se dice que es «el resumen lírico de Blog Clausurado, la bitácora personal del autor» y que sus treinta poemas son lo que ha dejado una criba de casi quinientas entradas de ese blog. Esto predispone. Que un escritor desbaste lo escrito y lo adelgace para encontrar una versión aceptable es una garantía de que lo que llega al lector es, al menos, honesto. Para mí, es la segunda muestra de la vida del lector que es Jonás Sánchez Pedrero (Madrid, 1979), bibliotecario de Hervás, al que sigo conociendo por sus lecturas. En este libro, Francisco Umbral (Seix Barral publicó en 2009 su Obra poética), Julia Uceda, Vincenzo Padula (muy desconocido), Antonio Machado, Ramón Gaya, José Martí, José Bergamín, Diego de Silva y Mendoza (qué sugerente), Juan Rulfo, Eugenio Montale, Emily Dickinson, [José] Ángel Valente, Ángel González y todos aquellos que están emboscados en las referencias de algunos versos de Bulto, como Jaime Gil de Biedma —«Yo nací / —perdonadme— con la tristeza»— o Hemingway —«París era una fiesta y Vallecas / lo de menos»—. Se lee con gusto el resultado de esa criba en treinta sintagmas nominales, diez por sección, según los títulos de un índice inexistente —que habría ayudado a mejorar la edición de esta obra: (I) El fuego. La cabeza. La ventana. El tacto. El olvido. El aliento. El ojo. La visión. La puerta. El cansancio. (II) El cerco. La luz. La casa. El gato. El movimiento. El desayuno. La saliva. Los perros. La cintura. La flor. (III) La visita. La muñeca. El ahora. La vela. El hijo. El resto. La nada. El frío. La costumbre. El espejo. Luego, no todos los poemas contienen tan evidente argumento, como es natural; pero el conjunto aporta una unidad de significado. Otro asunto es la expresión de los poemas. En muchos de ellos veo el apunte sobre un buen texto («El frío»), en otros una buena intención malograda («El aliento» o «La visión»); y hay poemas como «El cerco» que podrían haber titulado el libro. Aunque hay voluntad formal, con una mayoría de versos heptasílabos u octosílabos, el escaso sentido del ritmo malogra algunos poemas. Cada sección tiene sus buenas piezas y lo peor del libro es su factura. Nuevamente, escribir un libro de poemas no se corresponde con el resultado editorial. Ya queda dicho que falta un índice que habría mostrado bien la estructura en tres partes bien pensadas y que ya no hay quien evite la torpeza de comenzar cada sección con un poema en página par. No digo más. Solo que Bulto es un buen ejemplo de la poesía invisible que hacen algunos lectores con ganas.
Jonás Sánchez Pedrero, Bulto. Ediciones del Ambroz, 2016
miércoles, septiembre 07, 2016
Septiembre (40º)
Casi nunca tengo la necesidad de desconectar; y esto no significa que no disfrute plenamente de todo lo que es ajeno a mis cotidianas ocupaciones. Me gusta parar de vez en cuando; pero no bebo los vientos por estar sin hacer nada, que solo es una expresión verbal. Relajarse o pensar comprometen más actividad que estar tirado viendo la tele o sentarse al fresco —si es posible con esta temperatura— a la puerta de casa. Y nada de esto puede comprenderse bajo la idea de estar sin hacer nada. Aunque casi siempre mire la hora antes de tomarme un café o una caña, nunca miro el calendario para leer un libro. Ya escribí aquí sobre eso. Este verano, nuevamente, ha sido apacible sin desconectar, sin dejar de hacer algunas cosas de siempre, como pasear, conversar, leer o escribir con la novedad —cuando se ha podido— de estar en un lugar distinto. En otra playa, en otro río, en otra calle, en otra ciudad distinta a esta, y a esta calle, y a este río, y, finalmente, a esta playa que es mi calle, mi ciudad, mi casa y que puede llegar a convertirse en un dulce decorado de mis deseos. He leído mucho este verano. Algo he escrito. No ver el momento de escribir sobre lo que he leído no me quita el sueño. Simplemente, es imposible. Esta fatal y desdichada correlación entre lectura y escritura, en la que la experiencia de la escritura siempre llega a resultar frustrante, es la clave de este trabajo gustoso. Así debe ser. El día que escriba sin leer, malo. Siempre considero exiguo el resultado escrito de cualquiera de mis lecturas. Por ejemplo, escribir una reseña de un libro de casi cuatrocientas páginas, con más de una veintena de artículos diferentes, en mil quinientas palabras, en poco menos de diez mil caracteres sin espacios. O la de cualquier libro más breve pero igualmente enjundioso en seis mil caracteres, dos folios. Es posible que si me viese obligado a hacerlo todas las semanas por contrato tendría que desconectar. Por el momento, lo hago por gusto.