
Tardó poco Ángel L. en ponernos en contacto, pues en diciembre ya tenía en casa un libro de Antonio, Solar antiguo, galardonado con el Premio “Villa de Cox” de 1996. Luego fui recibiendo otros con el correr de los años —Visión del humo, Alrededores…—, hasta que hace un mes y pico me llegó El laberinto y el sueño. No es un libro de poemas, no; se trata de un nuevo y brillante ejemplo de obra que sortea la adscripción genérica de manual. Dietario —con sus fechas, septiembre de 2004-primavera de 2006—, o a modo de diario, como dijo Álvaro Valverde, narración breve, libro de estampas, de viaje —corto—, de prosas poéticas que sueltan las amarras de los imperativos categóricos del espacio y del tiempo —como “Ventana”; ay, los pájaros—… Y si el género es esquivo y escondido, también la localización de la escritura; pues el libro está escrito en un pueblecito de la sierra norte de Alicante. Y la causa por la que el hombre recaló en ese lugar fue igualmente esquinada, fue absurda. A partir de la explicación de esto, que se da en el primero de los textos, del mismo título que el libro, “El laberinto y el sueño” —que debía haber ocupado cinco páginas, y no cuatro—, todo cobra sentido y vida, se llena de nombres y experiencias, los números dicen, todo lugar es asumible y las fechas nombran.
Ha sido una lectura muy placentera la de esta especie de público ajuste de cuentas con algo de azar o sino personal e íntimo. El laberinto queda como experiencia de ese hombre, queda atrás; y el sueño, también suyo, como su pie descalzo o el último viernes del año 2005, pasa al territorio del lector, que lo asume.
Llovía a mares,
ResponderEliminarera otro tiempo.
Llovían miedos,
cercenaban los silencios,
pero el silencio
del todos los silencios
era amable; era un gigante
de brazos interminables
que acurrucaba a los temerosos.
Y en el mudo eco de las noches
bebíamos más lentamente
las palabras y
entre lenguas
nos rendíamos de noche
a la bohemia,
la pupila a la cerveza,
rumiábamos la altura
de los sueños y el tuétano
de los deseos.
Llovía a mares el miedo,
diluviaban las ansias
de alcanzar otro tiempo.